Relato de ciudad
Seguimos en Can Ricart. En abril discutíamos del tema y el Ayuntamiento decidió modificar sus planes tras la resistencia de vecinos, expertos y activistas reunidos en torno a una plataforma (www.salvemcanricart.org) que reivindica la significación "fundacional" de Can Ricart con relación al tipo de ciudad que hemos ido construyendo a lo largo de años y años. En noviembre, y en torno a la aprobación del PERI del Poblenou, que afectaba a estas instalaciones industriales y su futuro, volvió a aflorar la polémica. Y seguimos ahora sumergidos en el debate tras la ocupación del espacio como secuela de la destrucción y el desalojo de La Makabra. Más allá de la coyuntura, entiendo que uno de los factores fundamentales que ha convertido Can Ricart en un elemento central en el debate sobre Barcelona en los últimos tiempos es su carácter emblemático con relación a los diversos relatos de ciudad que van surgiendo. Y ello acontece en momentos en que la ciudad parece situada en una nueva encrucijada.
Con la solución de Can Ricart está en juego el aprovechar la transformación urbana del Poblenou y buscar nuevas formas de centralidad que no sean sólo comerciales o de oficinas
Decía Michel Foucault que no hay disciplina más eficaz que la que ordena a los individuos en la sociedad. Y en este sentido, los órdenes internos de una ciudad muestran con claridad esa mayor o menor capacidad disciplinaria. Cuando se discute de Can Ricart y de su futuro, no se está hablando de conservar mejor o peor un patrimonio arquitectónico más o menos importante. No es un problema generado por unos cuantos nostálgicos que se resisten a aceptar la modernidad urbana. No creo que nadie de los que defienden la conservación íntegra de esas instalaciones del Poblenou quieran que Can Ricart acabe tan muerto como parece que ocurrirá con el Born (veáse el artículo de Rafael Cáceres en estas páginas el pasado 24 de noviembre). Nadie pretende convertir la nostalgia en resistencia ni protagonizar simples estallidos de rebeldía. Desde mi punto de vista, lo que está en juego son distintas formas de entender la constante transformación de la ciudad, ofreciendo un relato que, sin renunciar a la fuerza de los elementos fundacionales y de memoria histórica de gentes y barrios, sepa generar nuevas realidades, nuevas expresiones de vida y centralidad. Hay mucha gente en el Poblenou, en Sants, en Poble Sec, en Can Peguera, en Baró de Viver o en el Raval que quiere seguir transformando la ciudad desde su propio itinerario vital, desde su propia identidad constantemente reconstruida, para permitir que nuevas gentes, nuevos usos y nuevas dinámicas revitalicen la ciudad.
El planeamiento urbanístico que ha venido desplegándose en los últimos años en Barcelona ha sufrido demasiados sobresaltos. Y no parece haber contado con estrategias suficientemente sólidas que hayan permitido canalizar y orientar en un sentido adecuado el empuje de las múltiples iniciativas mercantiles e inversoras que han llovido sobre una ciudad sometida a grandes presiones. Frente a esas carencias, se ha ido desplegando y creciendo el gran relato de la "ciudad guapa". La ciudad atractiva, llena de incentivos turísticos, mezcla ideal de tiendas, buen clima, diseño de firma y gastronomía estrellada. Un relato de ciudad que pasa factura, que requiere disciplinar gentes y espacios, reconvertir barrios y monumentalizar memorias. Y como siempre, en cada uno de estos acontecimientos, en cada una de estas grandes o pequeñas transformaciones, surgen por doquier perdedores y ganadores, costes y beneficios que se reparten muy desigualmente. Luego, todo se mezcla y se entrecruza. Faltan viviendas asequibles, las presiones inmobiliarias menudean, el mercado rastrea la ciudad en busca de nuevas oportunidades y condiciona o elimina las iniciativas que podrían ofrecer alternativas de transformación menos agresivas y unidireccionales, más parsimoniosas, más capaces de ser asumidas por quienes se sienten protagonistas de paisajes, espacios, calles y esquinas.
El poder de modernizar ha ido desplazando al poder de habitar. Y así, ese relato ahistórico ha dejado sin espacio a quienes sin nostalgia pretenden construir una ciudad en la que sea posible seguir teniendo unos nosotros ampliamente compartidos. No podemos simplificar el tema caracterizándolo como un problema de comunitarismo reactivo o despachar el conflicto calificándolo de alianza de vecinos obsoletos con profesionales marginales en busca de una representación que no tienen. Tampoco es un tema que pueda resolverse con mecanismos participativos que conviertan a los habitantes en espectadores de excepción de momentos de consulta o deliberación, en que ni los formatos ni los cánones en que se desarrollan puedan considerarse como propios. Más allá de todo ello, y más allá de la actual ocupación de Can Ricart por la gente de La Makabra, lo que está en juego es cómo aprovechar esos momentos de transformación urbana tan significativos como los que vive el Poblenou para buscar nuevas formas de centralidad que no sean sólo comerciales o de oficinas. Cómo combinar mejor políticas sociales y planeamiento urbanístico. Cómo pasar del asistencialismo, la subvención y la reacción compensatoria, a un relato de ciudad que refuerce la capacidad de gobierno de una mayoría social que no quiere ver como Barcelona cambia de perfil y de forma de vida, banalizando espacios, desatendiendo trazas, vínculos e identidades compartidas entre quienes han ido viviendo y cambiando la ciudad y aquellos que llegan con ganas de protagonizar nuevos cambios y episodios de esta nuestra ciudad. Todo ello es aún posible en Can Ricart. Encima de la mesa hay fórmulas e iniciativas que plantean salidas de cambio y transformación que logren ir más allá de una salida a medias que no satisface a nadie.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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