La última licenciada
Consuelo Basáñez se graduó en junio, a sus 87 años, en la primera promoción de Humanidades de las Aulas de la Experiencia
"Había que estudiar, pero con tranquilidad". Consuelo Basáñez (Berango, 1919) empezó hace cinco años a estudiar la licenciatura en Ciencias Humanas en las Aulas de la Experiencia de la Universidad del País Vasco (UPV) siguiendo ese principio. "Nos dijeron que no iba a haber exámenes, que sólo bastaba la asistencia, pero también nos insistieron en que era interesante la elaboración de trabajos, a lo que me animé enseguida", recuerda quien durante más de 40 años se dedicó a la enseñanza.
"He disfrutado muchísimo siendo profesora". Primero en el Colegio San Prudencio y luego en el del Sagrado Corazón, ambos en Vitoria, Basáñez inició en los rudimentos de la lengua y la literatura a centenares de adolescentes con las que todavía hoy mantiene una buena relación. "Me jubilé a los 65 años muy a mi pesar, porque, al contrario de lo que sucede en mi gremio, estaba muy contenta con dar lo que sabía", recuerda. "Me sentía un poco responsable al ver cómo mis alumnas crecían en conocimiento".
Aún tenía a sus ocho nietos con los que mantener su pasión por la enseñanza. "Sobre todo, con el latín. Antes de que comenzara el curso les impartía unas pocas lecciones para que afrontaran su estudio sin miedo". De este modo, mantuvo vivo durante años su interés por el conocimiento. Sin olvidar que desde siempre disfruta de una activa vida cultural y lee dos periódicos diarios (uno de ellos EL PAÍS, desde su primer número en 1976).
Sin embargo, llegó un momento en el que empezaron a faltar los alicientes. "Me daba cuenta de que a mis 82 años ya no tenía nuevos horizontes", reconoce Basáñez. Entonces se publicó en prensa un anuncio de las Aulas de la Experiencia de la UPV. "Me dije 'ésta es la mía'. Lo comenté en casa y todos me apoyaron, aunque, si no hubiera sido así, yo habría seguido adelante, porque lo tenía muy claro". Las Aulas de la Experiencia, abiertas en los tres campos de la universidad pública, permiten el acceso a los estudios superiores a mayores de 55 años.
"Ha sido la mejor experiencia de todos mis últimos años en todos los sentidos: en riqueza de conocimiento, en compañerismo; sobre todo en esto último, quizá también porque fuimos los primeros". Basáñez era, además, la mayor de su clase y vivió las atenciones de compañeros y profesores desde el primer día. "Aquella mañana fui con mucha timidez, como me imagino que les ocurre a todos los que van por primera vez a la universidad, aunque yo tenía 82 años", explica con humor. Echó un vistazo a la lista de los 54 alumnos admitidos y encontró a una amiga, Esther Aspe, quien había sido compañera de trabajo en el colegio Sagrado Corazón. "Pronto todos me colmaron de atenciones; no hay que olvidar que el siguiente más joven tenía 72 años". Fiel reflejo del cariño que despertó Basáñez es la placa que le regalaron sus condiscípulos con motivo de su licenciatura el pasado mes de junio.
Cuando recuerda esos cinco años de estudios, la licenciada más veterana destaca la pasión por el debate que impregnaba todas las asignaturas. "Me ha enriquecido muchísimo el intercambio de pareceres, sobre todo la asistencia a discusiones en las que se mantenían posiciones encontradas y la vehemencia con la que la gente defendía su postura. Yo, quizás por haber recibido otra educación, mantengo mis opiniones desde un plano más discreto", aclara.
Por supuesto, ha descubierto las virtudes de cuestiones que hasta su entrada en la universidad no le habían interesado mucho. Una de ellas fue la ópera. "A pesar de mi sordera, me apunté a la asignatura de música, ya que ha sido una de mis pasiones durante mi vida. Y estudiamos al detalle la forma de los diferentes tipos de composiciones musicales". Basáñez descubrió a Wagner. "Nunca me había interesado mucho, pero las explicaciones de Juncal Durand me fueron desvelando la calidad de su obra, porque Wagner como persona me sigue sin gustar", aclara. Y buena muestra de esa animadversión por el compositor alemásn como ser humano es el trabajo que escribió sobre las relaciones entre el filósofo Friedrich Nietzsche y el músico. Fue uno de tantos trabajos complementarios que redactó de forma voluntaria a lo largo de la carrera. Una vez licenciada, Basáñez continúa acudiendo a clases magistrales en el campus alavés de la universidad pública.
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