"¡Bogad, bogad, malditos!"
Pardiez que hay coraje en Corsarios de Levante, el primer Alatriste poscinematográfico. Y emoción. Y aventura. Y amistad. Arturo Pérez-Reverte nos lanza una novela que es como una buena estocada: rápida, directa y efectiva, con la engañosa sencillez de la esgrima del maestro. Nos encontramos en el inicio del relato -un mediodía de mayo de 1627- con el Capitán Alatriste e Íñigo de Balboa (17 años recién cumplidos) navegando ya a toda castaña en una galera española a la caza de una galeota berberisca. "¡Aferra las dos!
... ¡Ropa fuera! ¡Pasaboga!". El cómitre con su látigo tejiendo en las espaldas de los galeotes "un jubón de amapolas". Tensión, besos a los escapularios, las mechas de los arcabuces a punto, hambre de botín. Acaso miedo ("miente quien diga que nunca conoció el miedo, pues no hay cosa que no tenga su día"). Seguirá el pandemónium de un abordaje sangriento en el que Pérez-Reverte trazará el ancho escenario histórico en que nos vamos a mover: la peligrosa "turbulenta frontera mediterránea, encrucijada de razas, lenguas y viejos odios".
"El mundo de la galera era un infierno hediondo e insalubre. Era durísimo. Ya lo decía el refrán de la época: 'La galera, dela Dios a quien la quiera"
"Tenía curiosidad para reencontrar al Capitán Alatriste después de la película. No hay ningún problema, Alatriste está intacto"
"No es justo poner a Alatriste en la estela de la novela de aventuras. Alatriste es más complejo"
"El coraje, la aventura, la crueldad de entonces, eran los mismos que muestro"
La novela no dejará de ir subiendo en intensidad hasta un final absolutamente espectacular, con cinco galeras turcas mortalmente enfrentadas a la nuestra en las costas de Anatolia, un pequeño Lepanto con hechuras de Trafalgar. Un trance malo, sin duda: "No hay otra, esta noche cenamos con Cristo o en Constantinopla". Ahí llega Uluch Cimarra, jenízaro grande pegando mandobles feroces y gritando "¡bir mum!" ("hijos de la gran puta", con perdón, en turco)...
Persecuciones y batallas nava les por todos los rincones del Mediterráneo, el ataque a un campamento moro en un uadi cerca de Orán (ecos de Beau Geste -"ah, pero es que eso era nuestro Beau Geste", señala Pérez-Reverte-), peligrosos galanteos en Nápoles, "pepitoria del mundo"; el escamoteo de la escultural favorita del bajá de Chipre... El horror (ahorcamientos, desollamientos, los sesos volantes del caporal Conesa, el niño que espanta las moscas de la cabeza cortada de su padre, el culpable recuerdo de Alatriste de la represión de los moriscos) y también el humor (en el golfo de Escanderlu, situación desesperada, tres galeras que van a jugársela al amanecer contra la flota turca; dice el capitán Urdemalas: "Ningún socorro a nadie. Cada cual para sí y puto el último". A lo que recuerda oportunamente el sargento Quemado: "El último somos nosotros"). ¡Vaya singladura, Arturo!
"Me he inventado pocas cosas, las situaciones son auténticas; es un tema que tengo localizado hace muchos años y me lo sé. Manejo mucho material de la época, de las campañas corsarias de España y Nápoles. Hay mucho trabajo detrás. He leído libros enteros que me han servido para una sola línea de la novela. Lo asombroso es que esa gente que muestro eran realmente así. El coraje, la aventura, la crueldad, eran los mismos que muestro. Había realmente individuos que saltaban a una galera enemiga solos. Eran una gente peligrosísima. Éramos muy peligrosos. Esa singularidad, esa arrogancia, sentirse dueños del mundo, poseedores de la religión verdadera. Alatriste me permite entrar en la psicología de aquellos tíos. Cuando lees esas acciones
... eran tíos asombrosos, una combinación de valor, desesperación, ambición y salvajismo absolutamente español. Un país de miserables era el nuestro. Ser soldado, ir a América, a Flandes, al Mediterráneo, era salir de la miseria a por botín. Eso sí, como hidalgos y vendiendo cara la piel, pues hacen de su reputación, de su dignidad personal -que es lo único que poseen- una filosofía de vida". Como aquello de que los "señores soldados", la infantería embarcada, no reman en la galera ni que les vaya la vida en ello. La tropa no boga ni hartos de alboroque, que dicen en la novela. "Efectivamente. Eso es cierto. Lo cuenta Cervantes. No reman. Remar es cosa de los galeotes y para el soldado es deshonroso. Al leer el libro te pueden parecer unos animales, unos marcianos. Pero eran así, exactamente así. Alonso de Contreras, Jerónimo de Pasamontes, Osuna y sus capitanes...
Lo de las bocas de Escanderlu, esa lucha atroz y desproporcionada en el mar, tres a ocho
... "Esa batalla ocurrió. Y el episodio real es aún más increíble: un bajel y dos galeras contra treinta. Lo dicho, hay mucho material, mucha documentación, el siglo XVII es muy rico en ella, pero es un tema poco trabajado, en buena parte desconocido. Se habla mucho del pirata turco, del corsario berberisco... pero nosotros hicimos lo mismo en esa frontera mestiza que era el Mediterráneo. Los españoles hicimos mucho el corso".
Al turco, al moro, al berberisco, se le mata y destaza si hace falta, pero es una rivalidad sana; en cambio a los ingleses... "Ése viene de fuera a robar, es un intruso, al moro lo conoces bien, incluso frecuentemente, si tiene reaños, se le admira; es de aquí, vecino del mismo patio. Se le odia, se le degüella, pero con un respeto".
¿No se ha teñido un punto este Alatriste de la negra perspectiva de El pintor de batallas (Alfaguara), la anterior novela de Pérez-Reverte? "No, lo que pasa es que Íñigo ha crecido y eso hace que surjan unas lucideces y amarguras en la relación que no se daban cuando era más joven. Hay enfrentamientos. Cosas que cualquier padre que haya tenido hijos adolescentes entiende".
A Pérez-Reverte le gusta especialmente el episodio del soldado varado en Orán, el viejo veterano Malacalza. "Se entiende en él lo que era el abandono de España a sus gentes, cómo todo se fue perdiendo por desidia". Le place también el lance del "rufián de entremés", cuando Íñigo se ve metido en una clásica situación de enredo en Nápoles, rico vergel...
Para él ha sido, por supuesto, "un gustazo", hacer una novela con tanta trama marina. "He manejado cartografía de la época, he analizado cada barco, cada derrotero, cada maniobra, cada viento". Como con Patrick O'Brian, el lector siente que navega en las páginas, aunque los capitanes de mar y de guerra del escritor inglés nunca soltarían una retahíla tan elocuente como los de Pérez-Reverte: "Bogad, cuarta a babor, me cago en Satán, bogad malditos, bogad, amolla ese cabo, tensa aquella driza, bogad que ya son nuestros, bogad u os arranco la piel, bellacos, voto a Dios y a la hostia que vi alzar".
El mundo de la galera que describe Corsarios de Levante es muy bestia. "Era así. Un infierno hediondo e insalubre. Piensa que a lo máximo que te condenaban era a remar diez años, porque nadie aguantaba más vivo. Era durísimo. Y ellos, las gentes de entonces, también, para aguantarlo. Si ahora navegar ya es jodido, en aquella época, con guerra, esclavitud... Ya lo decían: 'La galera, dela Dios a quien la quiera".
Eran tiempos crueles, esa crueldad aparece en la novela. "Esta novela no se puede escribir desde el siglo XXI, es un error aplicar nuestros criterios éticos -como hacen muchos autores de novela histórica, especialmente mujeres- a otras épocas. No se puede juzgar. La crueldad era algo natural, impuesto por la supervivencia limitada, por las circunstancias; ¿cómo ibas a tomar prisioneros heridos en una galera abarrotada ya?: al agua con ellos. Así era el mundo. Mataban, pero también sabían morir cuando venían mal dadas. Con dignidad, con fatalismo profesional".
Corsarios de Levante es la primera novela de Alatriste tras encarnarse en la gran pantalla. "La película estaba bien, pero Alatriste existe antes y después de ella. Alatriste no ha de luchar con la película, que es un complemento. Tenía curiosidad para reencontrar a Alatriste después de la película. No hay ningún problema, Alatriste está intacto. No está contaminado. La película se adaptaba mucho a los libros, era muy fiel, no los violentaba. Al no hacer Viggo (Mortensen) ni Agustín (Díaz Yanes) su capitán, sino basarlo en las novelas, no ha habido otro Alatriste diferente".
Hace diez años que nació Alatriste, con esa frase -"no era el hombre más honrado", etcétera- que ya ha saltado a los colegios y al cine. Pérez-Reverte recuerda: "Hice desde el principio un plan que he ido siguiendo, que he ido ampliando pero sin cambiarlo. El cuadro inicial se mantiene".
En Corsarios de Levante, descubrimos que Malatesta está vivo, que Luis de Alquézar conspira desde América y que Angélica -"he crecido por dentro y por fuera", escribe a Íñigo- lanza el cebo desde allí. Pero nuestros héroes no cruzarán el charco en el futuro. "Sería falso llevar a Alatriste a América, la gente de su clase no iba tan lejos, a no ser para quedarse. Seguirán por el Mediterráneo, irán a París... Y Rocroi espera".
Hablar de los diez años de Alatriste -tantos años como heridas- da pie a recalcar algunas cosas. "No es justo poner a Alatriste en la estela de la novela popular de aventuras. Alatriste es mucho más complejo. La serie maneja mecanismos humanos, documentación y desarrollos lingüísticos que son ajenos a Salgari o a Dumas. Alatriste, y no se entienda esto como una herejía, va más allá que Dumas. En relación con Alatriste se puede usar la asociación con la novela de aventuras y sus mecanismos -yo mismo hago uso de ello-, pero al tiempo hay en Alatriste una cantidad de información, reflexión y trama complejísima que trasciende el género. El lector lúcido constata que hay un trabajo ímprobo de creación de un lenguaje. Alatriste no es un pastiche, es una obra viva y fresca, nueva".
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