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Columna
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Cambio de rumbo educativo en Alemania

Por el espacio que le han dedicado los medios, la noticia sería el estado insatisfactorio de la gran coalición en Alemania al cumplir un año. Y en efecto, la canciller Merkel no logra arrancar con una política nítida de reformas, desde la sanidad, liberalización del trabajo (que quiere decir, despidos gratis, o por lo menos más baratos) a la reorganización del Estado federal, haciendo más eficaz la toma de decisiones, incluso, si fuera posible, llegar a una nueva estructuración del territorio que eliminase los grandes contrastes de tamaño, población y capacidad económica que se dan entre los Estados federados. En una coyuntura semejante de endeudamiento que imponía arrostrar la impopularidad que conlleva siempre una reducción drástica del gasto público, se produjo la primera gran coalición entre 1966 y 1969, que hoy se considera un éxito. El que esta vez no parezca tal se explica en buena parte por el hecho de que entonces, al ser miembros del Gobierno los presidentes de los partidos, la política se hacía a puerta cerrada en el Gabinete, respetando las competencias de cada ministro, y ahora, además de que la canciller Merkel cuenta con una oposición fuerte en sus propias filas, los presidentes de la democracia cristiana bávara y del SPD fiscalizan la gestión desde fuera del Gobierno, aireando en público las diferencias, lo que los mantiene en continua campaña electoral, con las consecuencias negativas que cabe suponer. Al fin y al cabo, la CDU no olvida que el resultado de la primera gran coalición fue que el SPD se instalara en el poder un trecho largo.

Si pensamos que el bienestar y fortaleza de un país depende de la capacidad científica y tecnológica, aunque no haya calado en la discusión pública alemana y fuera haya pasado inadvertida, la noticia digna de mención es el cambio de rumbo en la educación superior. Gracias al modelo de Humboldt, que concibe la universidad con una única tarea, enseñar a hacer ciencia, a lo largo del siglo XIX la alemana logró ponerse a la cabeza, tanto en las ciencias naturales como en las humanidades. Rompía así con el modelo original, y hasta ahora el más extendido, que centra la actividad principal no en hacer ciencia, sino en preparar profesionales con los conocimientos científicos necesarios.

Pues bien, este modelo lo arrolló una violencia nacionalista, originada en los claustros universitarios, que en 1933 puso la universidad al frente de la "revolución nacional". No se ha estudiado con el detenimiento debido la conversión a la violencia racista de una universidad de "científicos y pensadores". En 1945 se obvia preguntarse por las causas de la nazificación y la vieja universidad perdura como un fantasma de sí misma -la vanguardia en ciencia y humanidades se ha trasladado a otros países- hasta la revuelta estudiantil de 1967-1968. La masificación estudiantil y la dispersión del poder en grupos aceleran en la etapa siguiente el proceso de descomposición.

Hasta 2004, la socialdemocracia no da marcha atrás a la política de igualación y de democratización de las universidades y se atreve a reconocer dos principios, el de diferenciación y el de competitividad, que han de configurar la universidad si quiere tener futuro. No todas las universidades pueden estar a una misma altura, unas destacarán más en un campo y otras, en otro; por tanto, lo peor sería tratarlas por igual, que obligaría a aplicar el rasero más bajo. Al contrario, es imprescindible diferenciar universidades de distintas categorías, siempre que puedan competir entre sí, mejorando o empeorando de posición. Más aún, hay que apoyar en especial los centros universitarios de excelencia, es decir, aquellos en los que se hace ciencia puntera y se enseñe a hacerla. Otras universidades, de categoría inferior, se encargarán preferentemente de preparar profesionales. El que se propugne una universidad de excelencia no implica que se vuelva a constreñir su actividad a educar sólo las élites científicas.

El 13 de octubre de 2006 se aprobaron los centros universitarios de investigación y de enseñanza que merecen el calificativo de excelentes y que recibirán todo el apoyo por parte del Estado. La Universidad de Múnich se coloca, a gran diferencia de las demás, en el primer lugar, y la gran sorpresa es que ninguna de las tres de Berlín, pese a lo que significaron en el pasado, alberga hoy un centro de excelencia.

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