El 'progre'

Debemos estar haciéndonos viejos. Los progres, digo. Porque a estas alturas ya hemos visto cómo una palabra, progre, que se inventó para definir la estética y la ética (¿no es lo mismo?) de nuestra juventud ha cambiado varias veces de sentido. Progre y Facha fueron las palabras juveniles de la Transición. O eras progre o eras facha o eras socialista (pero eso ya es otra historia). Los progres querían ser progres, desde luego. El progre cumplía un catecismo no escrito pero de obediencia rigurosa que afectaba a cualquier aspecto de la vida. Los primeros en ridiculizar al progre fueron los propios progres. En los ochenta ser progre se convirtió en sinónimo de trasnochado, barbudo coñazo, cutre y defensor de unas ideas que había que revisar una por una. Los socialistas en el poder, algunos de ellos procedentes de la congregación progre, despreciaban a aquellos que no habían sabido adaptarse a los tiempos del cambio. Pero aún le faltaba a la palabrita otro giro curioso. Hoy, quien más utiliza el término es la derecha. Progre se ha ido instalando en las filas conservadoras como insulto, como versión actualizada del rojo de antaño. Es en estas cuando va Esperanza Aguirre y queriendo señalar que Gallardón no es tan de derechas como debería le llama en su biografía "progre por antonomasia". Lo cual a los que fuimos (o somos) progres nos provoca un ataque de risa, porque ver la palabra progre en un pie de foto de Gallardón es como un chiste del Jueves. Aunque los progres de entonces ya no somos ni la sombra de lo que fuimos, aunque recordemos algunas de nuestras aseveraciones más vehementemente defendidas como el producto de un encorsetamiento ideológico, algo queda. De lo bueno y de lo inaceptable. Al que fuera progre de libro y se marchó al otro extremo se le reconoce, quiera o no, por una cierta arrogancia en el estilo dialéctico. Los que fuimos progres y los años nos hicieron más... ¿moderados? no podemos concebir esa palabra como un insulto. Y que conste que también es otro chiste el que se tache de facha a cualquiera que disienta del Gobierno.
Es tal la presencia de los partidos que han acabado imponiéndose hasta en su perversa utilización del lenguaje. ¡Gallardón progre! ¡Y por antonomasia!
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