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Tribuna
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La posmemoria

como la mayoría de los españoles vivos, conocimos la guerra y la posguerra a través de nuestros antepasados; o sea, tenemos una memoria de esas dos épocas modificada por el distanciamiento. Y es que, como dice Elina Liikanen, "la transmisión de la memoria de una generación a otra implica inevitablemente una transformación, ya que la persona que se apropia de esa memoria la completa y transforma mediante su imaginación".

Así pues, oponer resistencia al ejercicio de esa memoria heredada, como ocurre todavía entre nosotros, no sólo es una injusticia, sino que constituye un absurdo técnico. Injusticia por lo que supone de negarles el derecho a recordar a unas personas que lo único que quieren es que se sepa lo que ocurrió de verdad, ni siquiera que se pidan responsabilidades a los supervivientes, y absurdo por cuanto lo que se rechaza no es la memoria de éstos, desaparecida ya o simplemente testimonial por desgracia, sino la de sus herederos, que somos todos, vengamos de donde vengamos y pensemos como pensemos.

Que en nuestro país haya habido un conflicto con la memoria propiciado por las circunstancias políticas que se prolongó en el tiempo más de lo que sería normal no significa que pueda prolongarse eternamente ni, mucho menos, que se vaya a arreglar por la vía de ocultarlo. Las heridas nunca curan por sí solas y la memoria, al final, se abre paso como el agua, como demuestra la experiencia histórica. Así pues, se equivocan quienes pretenden, por las razones que sean, incluso sin razón alguna, que la Guerra Civil y la posguerra sean un limbo en nuestra memoria, una página sin escribir en los libros de texto de los colegios, porque, primero, tarde o temprano alguien la rellenará, y no siempre para bien, como ya está sucediendo ahora, y, segundo, porque ninguna sociedad puede mirar tranquilamente al futuro sin conocer cuál fue su pasado.

Si los alemanes y los judíos lo han hecho ya, si los rusos del poscomunismo lo están haciendo también ahora, si hasta los argentinos o los chilenos revisan sus dictaduras a pesar de su proximidad histórica, no se entiende por qué los españoles nos enfrentamos aún a la hora de hablar de una época que, al fin y al cabo, pasó ya hace muchos años y que casi ninguno de los que vivimos vivió en directo.

Como no sea -y eso sería lo más terrible- que, como dicen algunos, la guerra aún no ha terminado y se prolonga precisamente a través de la memoria de la gente, aunque ésta sea ya una memoria heredada y transformada por la imaginación.

Julio Llamazares es escritor.

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