Una continuidad venida a menos
Es un peso pesado en el partido, en el Gobierno y hasta en Cataluña. Pero Joaquim Nadal (Girona, 1948) ha visto su influencia reducida respecto al último Gobierno, donde era a la vez consejero de Política Territorial, de Presidencia y portavoz. Ahora sólo es el responsable del primer departamento inversor, es decir, el que mueve más dinero y el que, en no pocos sentidos, traza los ejes viarios que sirven para vertebrar el país.
Es un hombre con pasado, en un doble sentido: ha sido alcalde de Girona (1979-2002) y casi todo lo posible en el partido, incluido candidato a la presidencia de la Generalitat. Es, además, historiador que sigue ejerciendo en el ámbito de su Girona local.
En las primeras horas del primer tripartito estuvo en un tris de ser titular de Cultura. Se cayó por avatares imprevistos en favor de Caterina Mieras, quien pasará a los anales por haber dado paso a Ferran Mascarell. Esos mismos avatares hicieron que terminara en Obras Públicas, acompañado de su hermano Manel, que ya llevaba las carreteras y las vías de tren en la cabeza. Su etapa como consejero se vio alterada por un problema, el hundimiento del Carmel, que hubiera bastado para sepultar a cualquier otro político.
Sus allegados aseguran que deseaba seguir porque ha terminado por pillarle el gusto al departamento y porque tiene media docena de proyectos en marcha, algunos heredados y otros elaborados ya bajo su mandato. Además, presume de ser el consejero que mejor ha entendido que Cataluña no se acaba en la B-30.
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