En busca de la tradición
Juan Antonio Urbeltz investiga en los orígenes del folclore al tiempo que proyecta actualizaciones contemporáneas con el grupo Argia
La clave está en la ciénaga. Juan Antonio Urbeltz (Pamplona, 1940) ha estudiado las danzas vascas y otras tradiciones como el carnaval o la fiesta de San Juan y sus conclusiones son implacables: hay que remitirse a la mitología agraria, a los miedos y los correspondientes conjuros que desde el neolítico ha forjado el hombre europeo contra las plagas de insectos. Los bailes de espadas y sus símbolos o Bailar el caos. La danza de la osa y el soldado cojo, entre otras obras, analizan distintos aspectos de la cultura tradicional con referencias al resto de Europa y con una erudición que bebe lo mismo de Karl Popper que del Antiguo Testamento, en una investigación interdisciplinar.
Asumió que la danza, como estructura simbólica, era una vía interesante y atractiva hacia el conocimiento
Quién le iba a decir a aquel perito mercantil que entró a trabajar con 15 años de mecánico en San Sebastián que su vida estaría ligada al mundo de la danza y la cultura tradicional. "Mi padre se equivocó cuando me orientó hacia aquellos estudios, pero también hay que entender que en aquella época lo importante era el trabajo", recuerda Urbeltz, en el salón de su casa, mientras escoge los libros de una estantería infinita con los que apunta sus explicaciones sobre los orígenes de la danza vasca. A los 18 años le invitaron a participar en el grupo Goizaldi. "Desde el primer momento me interesó, más que el mecanismo de los pasos, el sentido de lo que estábamos haciendo", aclara. Asumió que la danza, como estructura simbólica, era una vía interesante y atractiva hacia el conocimiento. Y se puso a estudiar. "Como autodidacta, me impuse un plan de estudios propio: antropología, lingüística, historia, teología, geografía", recuerda. Así, de vascones pasaba a íberos, de aquí a vacceos y poco a poco fue forjando su cultura, en forma de telaraña. "Conseguí tejer un conocimiento a través de todas las disciplinas", resume.
Con 25 años comenzó a salir a buscar las danzas. De pueblo en pueblo, estudiando un folclore que muchas veces sólo recordaban los más viejos del lugar, como cuando en los años sesenta, en Berriz (Vizcaya), aprendía con el txistulari Alejandro Aldekoa los distintos bailes de la ezpatadantza. "Entonces, me habló del Binango zaharra, una música maravillosa que bebía del kyrie eleison de la Iglesia, una melodía que ya no se intepretaba". Hasta hace unos meses, cuando en su último espectáculo, Pas de basque, Urbeltz con su grupo Argia ha recuperado el Binango zaharra en un montaje que aúna la almutedantza, el arin-arin, los bailes de espadas de la merindad de Durango y otros elementos para configurar un espectáculo contemporáneo.
Son dos facetas de un mismo trabajo: la investigación sobre el sentido de unas tradiciones y su incorporación a la actualidad desde el respeto. En el caso de sus estudios sobre el carnaval y los bailes de espadas, todo surgió de la chispa de esa compleja tela de araña que había tejido con sus lecturas múltiples y dispares. Estaba trabajando sobre los alardes de armas al mismo tiempo que leía la Historia Económica y Social de la Edad Media, de Henri Pirenne. "Entonces surgió el término mooren, como llamaban en los Países Bajos a esas aguas de marisma que han ganado al mar. Y en Inglaterra hay un folclore de bailes moriscos, moorish en inglés; y la conexión surgió de inmediato".
Aquellas danzas inglesas no hacian referencia a los "moros", sino a los habitantes de las moorlands, las ciénagas. Comenzó entonces un estudio intenso, bajo el respaldo filosófico de Karl Popper, La rama dorada de Frazer, los arquetipos de Jung y muchos otros textos de todos los tiempos, con el fin de rastrear el origen de tantos bailes populares de espadas en un conjuro contra el mayor enemigo del hombre desde el Neolítico, las plagas de insectos, sobre todo la langosta. Le respaldaba además otra evidencia. "Suponer que la guerra ha generado alguna vez algún tipo de baile o celebración es atentar contra el sentido común", concluye.
Lanz y la langosta
Las investigaciones de Juan Antonio Urbeltz remiten siempre a Europa, sin la cual el folclore vasco es inexplicable. "Existe una cultura europea clara, de la que los vascos somos una parte; con una personalidad muy definida, claro", explica. De ahí que los paralelismos surjan continuamente. Como cuando se refiere al carnaval de Lanz, una alegoría sobre el hambre, las plagas de langosta y el caos. "Un drama, un acto conjuratorio que se repite todos los años en las mismas fechas, en el momento de la poda, cuando los insectos son larvas".
El carnaval tiene un fondo fatalista. "Es una expresión de las preocupaciones del campesino, que no cesan nunca", resume. Entre los personajes del carnaval de Lanz, Urbeltz considera que el gigante es la imagen del hambre; Ziripot, la larva de la langosta; y el caballito, la plaga de ese insecto.
Evidentemente, en sus estudios hay muchas más enjundia, más referencias académicas que arropan esa intención de explicar cómo esas tradiciones son algo más que puros juegos estéticos. Aunque también ese aspecto le interesa al folclorista guipuzcoano. "Al fin y al cabo, no vamos a negar que detrás de nuestro trabajo en el grupo Argia hay también un deseo de prestigiar nuestros bailes".
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