_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gran asunto

¿Es José Montilla catalán o es andaluz? Es este el dilema que le están planteando tirios y troyanos a quien será, casi con seguridad, presidente de la Generalitat, dilema que oculta la única respuesta que su misma formulación encierra. José Montilla sigue siendo un charnego, o un maqueto, un coreano, un coquero, que diríamos aquí, ya que sólo a un charnego se le puede atosigar de esa forma. Así pues, José Montilla no es un catalán nacido en Andalucía, como él trata de darnos a entender en una entrevista en El Periódico, ni tampoco un "catalán de Iznájar", como se ha solido definir otras veces, sino un charnego. Esa es su identidad, de ahí que sea inútil su empeño de querer cuadrar lo imposible tratando de conciliar lugar de origen con lugar de residencia, ya que, según donde coloque el acento, unos le reprocharán cobardía, o la traición de renegar de sus orígenes, y otros la osadía de querer ocupar un lugar que no le corresponde. Charnego y bien charnego por lo tanto, la grandeza de su elección como presidente reside en que alguien de su condición pueda llegar a alcanzar la más alta representación de la sociedad catalana. Y que lo haga por primera vez, pues si bien es cierto que otros no catalanes de origen le hayan precedido en ese cargo, es igual de cierto que ninguno de ellos era charnego.

Podría resultar previsible para cualquiera que los nacionalistas catalanes le fueran a cuestionar a José Montilla su catalanidad. Lo sorprendente es que le estén planteando objeciones parecidas, aunque de sentido contrario, desde el no-nacionalismo, o el anti-nacionalismo, o como quiera que se le llame a la actitud de quienes se enfrentan al nacionalismo. Lo reprobable en Montilla desde esta perspectiva sería su rechazo de sus orígenes andaluces y su adopción de una catalanidad impostada, adopción que supondría una claudicación ante el catalanismo político. ¿Debiera, por lo tanto, el futuro presidente de la Generalitat rechazar o silenciar su condición de catalán para proclamar bien claramente su identidad andaluza? No excluyo que pudiera ser ésta la pretensión de algunos de los que le censuran algún tipo de propensión catalanista, aunque prefiero pensar que la definición correcta que le exigen sus objetores no-nacionalistas es de otra naturaleza.

Lo que presumo que se le exige a Montilla que responda ante quienes le plantean el dilema de su identidad, y por lo tanto de su idoneidad para acceder al cargo al que opta, es lo siguiente: Soy un ciudadano español, nacido en Andalucía y residente en Cataluña, y como tal tengo pleno derecho a acceder a la presidencia de la Generalitat. La formulación no sería meramente retórica, sino la más acorde a derecho, y la única que zanjaría el dilema identitario del señor Montilla sin hacerle caer en lo que, para sus objetores, sería algún tipo de vicio político. Es lo que sospecho que viene a decir -pues no lo formula explícitamente- Arcadi Espada en un artículo reciente en el diario El Mundo. Según Arcadi Espada, José Montilla, al definirse como catalán nacido en Andalucía o como "catalán de Iznájar", estaría haciendo profesión de fe catalanista y asumiendo los requisitos que el nacionalismo catalán impone como condición de la ciudadanía. Dice Espada: "Si se puede ser catalán de Iznájar, eso quiere decir que catalán es sinónimo de catalanismo, que es lo que siempre se ha querido demostrar". Y nos explica el volatín con la siguiente sentencia, harto discutible: "porque desplaza la condición de catalán de lo administrativo a lo sentimental, es decir, a lo político".

La sentencia es otro volatín con el que no puedo estar de acuerdo. Parte de la consideración de que de Iznájar se es, y de que alguien con ese origen sólo puede "sentirse" catalán, de ahí el desplazamiento sentimental, desplazamiento que nada más podría operarse mediante una opción ideológica. Lo sentimental se identifica de esa forma con lo político, frente a lo administrativo, cuando es justamente lo administrativo, la ciudadanía -nunca lo sentimental, tesis muy nacionalista-, lo que nos convierte en sujetos políticos. Cuando alguien se define como "catalán de Iznájar" -o "argentino de Getxo", aunque haya nacido en Rosario-, lo sentimental puede estar en Iznájar y la ciudadanía, lo político, en Cataluña. Hacer hincapié en esto último cuando quien así lo hace es un charnego, puede suponer un empeño loable por afirmar esa plena ciudadanía que, de una u otra forma, siempre se le habría cuestionado. Nada más. Ni nada menos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_