Hallar un terreno común, misión difícil pero no imposible
La importancia del Grupo de Estudio de Irak se debe a la oportunidad del momento, pero sobre todo a su composición y al perfil de sus miembros, con biografías forjadas en la búsqueda del consenso. Todos los esfuerzos por encontrar terreno común serán pocos, pues el horizonte está lleno de complicaciones. El Grupo da una gran oportunidad para cambiar, para rectificar, para matizar.
El presidente Bush, más realista a golpe de elecciones, está vitalmente interesado en que su legado iraquí sea lo menos catastrófico posible. Lo primero que dijo tras la derrota de hace una semana es que está "abierto a nuevas ideas" y es partidario de tener "una perspectiva renovada", pero también insiste en que la única definición de victoria es la de un Irak capaz de defenderse y gobernarse.
"Estas ideas, como las del vicepresidente Cheney de 'a toda máquina en Irak', son de las últimas semanas, pero parece que son de hace años", dijo Carl Levin, futuro presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado y partidario de fijar un calendario de retirada por etapas.
Los demócratas están lejos de tener las cosas claras. Deben aún debatir la estrategia general y el ritmo y criterios para la retirada de las tropas, por no mencionar la discusión sobre el grado de presión que van a ejercer en la labor de investigación y control de lo hecho por el Ejecutivo en los últimos años: todo lo que tiene que ver con Irak, desde las razones de la invasión hasta la adjudicación de contratos para la posguerra, y con las políticas de seguridad posteriores al 11-S. Seis de cada diez estadounidenses, según los sondeos, desaprueban la marcha de la guerra.
En este panorama, la esperanza es que el Grupo "puede producir más paz en América que en Irak", según escribe David Brooks en The New York Times, pues "facilitará que cada parte se trague una píldora amarga" y obligará a ambas a ser más flexibles.
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