Todos somos responsables
Me parece oír la exclamación del lector: "¡Oh, no! ¡Otro artículo sobre responsabilidad social corporativa!". Tranquilícese: no voy a decir que las empresas son responsables de arreglar todos los problemas del mundo. Algunos lo proponen, dado que los problemas son inmensos, desde el sida y las enfermedades en todo el mundo hasta el recalentamiento del planeta, la discriminación contra la mujer y la desigualdad. Sobre todo teniendo en cuenta que los gobiernos parecen incapaces de hacerles frente. Pero yo no opino así.
Mi tesis va a ser... un poco más extrema: todos somos responsables de todos los problemas. Y las empresas están en una situación única para asumir la responsabilidad de recordarnos a todos nuestras múltiples y polifacéticas responsabilidades.
Todos tenemos la responsabilidad social de ayudar a las necesidades ajenas
¿Nos preocupa el medio ambiente? Bien: las empresas deben hacer algo. Mucho. Porque contaminan mucho. Pero nosotros también contaminamos como consumidores. Y como trabajadores. Me contaron hace años la historia de Norsk Hydro, una gran empresa productora de aluminio que se propuso remediar la terrible degradación del fiordo noruego en que estaba localizada una de sus plantas. Y la profesora que me lo contaba me decía que ella había visto a dos operarios poner cartones en un agujero de la pared, para que no saliesen al exterior los humos nocivos... que ellos iban a respirar. Sí, indudablemente, la empresa era responsable, y la dirección... pero también ellos se sentían ante el deber de aportar su grano de arena a la solución del problema.
Está claro que las empresas deben dar el primer paso, pero también que deben involucrar a todos: a sus propietarios y directivos, a sus trabajadores, a sus clientes y proveedores. El buen trato laboral lo dan las personas, no sólo la organización. Contaminamos todos, no sólo las empresas. Abusamos del trabajo de niños en el Tercer Mundo todos los que compramos con la sospecha de que este producto no puede ser tan barato... pero, en fin, ya que lo es, aprovechémonos y no preguntemos...
Lo mismo pasa con las grandes necesidades del mundo: las empresas pueden contribuir a solucionarlas, porque tienen los medios: la capacidad de organización y dirección, y la mano de obra para llevarlo a cabo, y sobre todo, el dinero (¿recuerdan lo de aquel ladrón al que preguntaron por qué robaba en los bancos y contestó que porque era en ellos donde estaba el dinero?). Pero, en definitiva, todos somos responsables, en mayor o menor medida, de las desgracias ajenas. Si paso al lado de un canal y veo a un niño al que se lleva la corriente, y los bomberos ya se acercan con una barca, puedo marcharme tranquilo. Pero si no hay bomberos ni barca, me parece que tengo que considerar seriamente la conveniencia de tirarme yo al agua para salvarlo.
Muy bien lo de la responsabilidad social de las empresas. Pero recordemos que todos tenemos la responsabilidad social de ayudar a las necesidades ajenas con nuestro patrimonio, grande o pequeño. Al lado de la responsabilidad social de la empresa, me gustaría recordar la responsabilidad social de la propiedad. O sea, de todos. O al menos de casi todos. Porque casi todos tenemos alguna propiedad.
Y esto, déjenme que lo diga otra vez, es muy bueno para las empresas. ¿Porque diluye su responsabilidad? No: ya digo que las empresas deben dar ejemplo y ser las primeras en cumplir con sus responsabilidades. La razón principal es que es una invitación a dirigir mejor. Porque si quiero que mis empleados se involucren en el cuidado del medio ambiente, he de conocer bien dónde están los puntos de contaminación, desde luego, pero también he de conocer qué les mueve a trabajar, qué tienen en la cabeza cuando dejan el grifo del lavabo abierto sin necesidad, o descuidan la recogida de los residuos, o despilfarran energía. He de conocer mejor sus motivaciones y esto me ayudará, en definitiva, a dirigirlos mejor, y a avanzar en su identificación con los objetivos de la empresa, y a involucrarlos en la tarea común que tenemos entre manos: ellos y los directivos, y los propietarios, y los clientes, y todos...
Y así estaré en mejores condiciones de ayudarles a desarrollarse como profesionales y como personas, potenciando sus capacidades específicas, que son lo que diferencia a mi empresa y la hace distinta, mejor... y a mí, también un mejor directivo. Ya se ve, pues, que la idea de que todos somos responsables no es una manera de quitar la responsabilidad de las espaldas de las empresas, sino de ayudarles a ejercerla mejor. Porque es una responsabilidad compartida.
Antonio Argandoña es profesor del IESE.
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