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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

"Vigila on aparques!"

Algún día el debate ciudadano reconocerá nuestra impagable contribución. Los usuarios urbanos de la bicicleta ocupamos un lugar de privilegio en los desvelos de nuestros munícipes. Cada dos por tres se publican nuevas normas para nosotros. La semana pasada misma fuimos objeto de una atención pública que casi daba rubor. El edil republicano Jordi Portabella, en dura competencia con el portavoz José Cuervo, que se las pisó el día antes, dio a conocer las modificaciones a la ordenanza de circulación que, de aprobarse, entrarán en vigor a principios del próximo año. ¿Y qué dicen esas nuevas disposiciones? Pues muchas cosas, entre ellas que no podemos atar las bicis a papeleras, árboles, postes de señalización y mobiliario urbano en general, aunque sí a las farolas, siempre que éstas no sean "artísticas". Que podemos circular por las aceras, ¡yupi!, siempre que tengan más de cinco metros de ancho y dejemos tres libres para los demás y que cuando lo hagamos nos distanciemos al máximo de las fachadas, para no arrollar a los vecinos que salen de las casas. Que debemos bajarnos y empujar a mano nuestras máquinas cuando nos encontremos en situación de "aglomeración", la cual viene dada por la imposibilidad de avanzar en línea recta en cinco metros. Como es obvio, queda explícitamente prohibido el zigzagueo para sortear a viandantes. Sanciones aplicables por inobservancia de las reglas: de 450 euros la infracción leve hasta los 900 la más grave y dolosamente reincidente.

¡Demonios!, mi Conor XC 700, nueva, con un cambio Shimano de 21 velocidades, costó bastante menos que la falta leve. En fin, con objeto de palpar sobre el terreno cómo recibe la población la fina lluvia normativa que está cayendo, salgo a dar una vuelta por el centro. Es viernes por la tarde, pero el paseo central de la Rambla de Catalunya, que he escogido con toda la idea, pues es de los lugares que más cartas a los diarios suscitan, está despejado. Llego a la vaca filósofa, junto a la Gran Via, prácticamente en línea recta, sin apenas modificar la trayectoria. Es cierto que casi he tenido que parar ante un turista que fotografiaba a su novia avanzando de espaldas hacia mí en rumbo de colisión, pero ha sido un sobresalto menor. Atravieso la plaza de Catalunya en dirección al Portal del Àngel y un conciudadano en el ajo me grita, irónico: "Vigila on aparques!". Lo haré, compañero, pierde cuidado, 450 euros bien valen irse con ojo. Pero no va a ser fácil aparcar. De momento, disponemos de 5.682 plazas y el Ayuntamiento ha prometido 3.000 más para finales del año que viene. Somos entre 20.000 y 40.000 ciudadanos que cada día utilizamos la bici, de modo que la cosa no da para mucho. Bien es cierto que, según la nueva ordenanza, disponemos también de las farolas "no artísticas", pero sólo las de un tipo -por cierto, bastante artístico: ¿estará permitido o no?- se adaptan a las U antirrobo que utilizamos la mayoría de nosotros, que abrazan un diámetro máximo de 10,5 centímetros. Entiendo que no esté bien amarrarse a los arbolitos recién plantados -los almeces son los mejores, su fina corteza propicia un deslizamiento suave del antirrobo-, ni a las papeleras -tan cómodas por su altura media-, pero renunciar a los postes de señalización va a comportar un sacrificio.

Desciendo por Portal del Àngel para buscar jaleo, pero tampoco ahí lo encuentro. En la plaza de Sant Miquel observo, como de costumbre, que los puestos para aparcar legalmente están todos llenos y que muchos de mis hermanos han optado por amarrarse a la verja que delimita el jardín de juegos. Mentalmente calculo la pastarrufa que recaudará el Ayuntamiento cuando esté aprobada la normativa y me llevo un susto. Prosigo por la calle de Ferran, calificada como "zona de prioridad invertida", lo cual no es ninguna procacidad, sino que significa que peatones y ciclistas compartimos libremente un espacio prohibido a los vehículos motorizados, salvo autorizaciones expresas. Llego a las Ramblas y cruzo a mano, pues diría que ahí sí me encuentro en una situación de "aglomeración". Bajo en dirección a Colón por la calzada, confiado, pues las ordenanzas me permiten utilizarla, al no haber carril bici alternativo. Un motorista, que me adelanta a menos de un metro de distancia -por lo cual habría de ser sancionado- me espeta: "¡Apártate, mendrugo!". Mendrugo: desde los tebeos de la niñez que no me había vuelto a topar con este gracioso calificativo. Persigo al motorista para saber si su madre también le compraba tebeos cuando era niño, pero no logro darle alcance.

Finalmente, enfilo el Paral·lel. Unos turistas descargan maletas de un autocar plantados en medio del carril bici. Les toco el timbre normativo y se apartan indolentes para dejarme un pasillo mínimo. ¡Ya verán la que les va a caer cuando se apruebe la ordenanza! Los peatones pueden cruzar estos carriles, sí, pero les está terminantemente prohibido ocuparlos, como hacen ellos. Sorteo los peligrosos giros de los coches que enfilan calles de subida -Ronda de Sant Pau, Calàbria, etcétera; algún día ahí tendremos un disgusto- y llego a la plaza de Espanya, meta del periplo, donde observo cantidad de bicis atadas a los más imaginativos asideros, tipo barandillas, postes, papeleras, etcétera. Un festival. "Vigileu on aparqueu!", les digo mental y fraternamente.

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