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Columna
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Los andaluces

Se da la paradoja de que el único presidente nacido en Andalucía que va a haber en España va a ser José Montilla, cuyo apellido, además, le delata. Manuel Chaves nació en Ceuta, aunque es obvio que es andaluz "por los cuatro costados" según el tópico al uso. Es decir, los catalanes tendrán un presidente andaluz o , como se dice ahora "un catalán de Iznájar" o "un andaluz de Cornellá" según el manido juego de palabras. Casi como la famosa frase de que los bilbaínos que "nacen donde les da la gana".

Hace 25 años se debatía cómo incluir en el Estatuto andaluz la protección de los andaluces que vivían en Cataluña, que se decía eran dos millones. De unos años antes fue la famosa pintada, de cuando se exigía que el obispo de Barcelona fuera catalán "como somos mayoría lo queremos de Almería". De esa época es también el personaje charnego Pijoaparte, de la novela Últimas tardes con Teresa, recordado aquí recientemente. Ahora se nos ha ilustrado con la integración de los andaluces gracias a las políticas lingüísticas y de asimilación que se han llevado a cabo en los últimos 25 años, con lo que se pretende demostrar que los andaluces que quedan en Cataluña ya no tienen nostalgia ni sienten deseos de volver, porque se han integrado en la sociedad.

Montilla o Manuela de Madre se sienten tan catalanes que hasta esta última, que se fue de Huelva ya mayorcita, no sabía decir romero en castellano. Debe ser que eso de la inmersión lingüística ha funcionado. Creo que era Enrique Morente el que cantaba aquella petenera "emigrantes andaluces, qué pena que un tren os lleve, quién os pudiera esconder, entre olivaritos verdes". Lo que ha cambiado el mundo. Ahora vienen catalanes como Miguel Poveda o Kiko Veneno a cantar con acento andaluz mientras el pobre de Rodríguez Ibarra ya no sabe cómo llamar la atención y busca la diferencia hasta la excentricidad en su crítica a las competencias estatutarias del flamenco. No se tiene noticia si el Gobierno japonés ha mandado alguna queja diplomática por la intromisión del nuevo Estatuto al declarar exclusivas las competencias sobre el flamenco.

En Andalucía esto de la identidad, afortunadamente, se lleva de otra manera. La gente se integra con facilidad, gracias al carácter abierto de la gente y a la ausencia de una política identitaria tan ridícula como la seguida por algunos gobierno autónomos, por ejemplo el catalán que lleva "normalizándose" no se sabe cuánto tiempo. En Andalucía, en las últimas elecciones compitieron en los dos principales partidos dos personas que no habían nacido en territorio andaluz, y no pasó nada. Chaves, como se ha dicho, aunque nacido en Ceuta, ha vivido toda su vida en esta tierra. Y Teófila, santanderina, lleva 30 años entre nosotros. Nadie llamó la atención al respecto, a nadie le pareció extraño, nadie reclamó como propio el logro político de la integración. Es consustancial con Andalucía. Aquí no caben milenarismos, no hay lugar para ponerle un triángulo rojo en la base de la bandera, como si esto fuera una colonia pendiente de autodeterminación.

El mismo Antonio Gala, que fue presidente de la Asamblea de la Cultura Andaluza y que ha paseado el título de andaluz, nació en Ciudad Real, aunque se reclama, con derecho, cordobés. Pasión Vega, una de las mejores intérpretes de la copla andaluza, pregonera del próximo carnaval de Cádiz, nació en Madrid. El nacimiento es casual, nadie lo puede elegir. Los apellidos vienen dados. El RH que tanto preocupa a los nacionalistas, se hereda de los padres. En una democracia vales por lo que haces. Es un sistema meritocrático que no tiene nada que ver con el lugar donde se ha nacido.

Hay una larga retahíla de grandísimos andaluces no nacidos en esta tierra y a nadie le importa lo más mínimo. Por eso no debe llamar la atención que un hijo de la emigración pueda gobernar Cataluña. Es probable que en la próxima generación haya hijos de marroquíes, de ecuatorianos, de rumanos que sean españoles de pleno derecho y lleguen a alcanzar cotas de responsabilidad. El nacionalismo es una calamidad.

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