Equipaje de mano
Los críticos y los espectadores han llegado a un acuerdo: el Zaragoza nos ha ofrecido varios de los mejores lances del campeonato. Hablamos de una sucesión de efectos especiales; por ejemplo, la sorpresa de los centrocampistas que aparecen por la diagonal, el toque inesperado hacia el delantero centro, la curva de un disparo al ángulo y la sensación de que el marcador empieza a temblar. Entonces comprobamos que las piezas encajan con una facilidad inexplicable y llegamos a pensar que el juego es una propiedad tan natural como el sonido de la lluvia.
Está claro que el fútbol debería ser un dominio de los futbolistas, pero la competencia ha movilizado grandes sumas de dinero y el gol se ha convertido en un simple valor de mercado; es, finalmente, una excusa para recaudar. De esta forma, el espectáculo se pervierte: incapaces de gestionar su responsabilidad, muchos entrenadores caen en la tentación de limitar la iniciativa de sus pupilos, y así hemos llegado a la paradoja de que los jugadores, grandes o pequeños, no siempre estén autorizados a jugar. Por eso debemos celebrar que dos de las excepciones de la Liga se enfrenten esta noche en el intento de huir hacia el enemigo. Una es Frank Rijkaard; la otra, Víctor Fernández.
Por encima de sus cambios de fortuna, Víctor se ha reservado el derecho a disfrutar y la obligación de pedir a sus chicos que disfruten. Aunque la restringida economía de casi todos sus clubes le haya impedido componer su propio equipo, siempre ha demostrado vista de ojeador y pulso de dibujante. A falta de dinero para tentar el mercado, ha sabido adelantarse a los demás: ha buscado sus figuras en la incubadora de la casa o en el trastero de algunos de esos potentados que no saben lo que tienen. Su dos únicos secretos han sido su buen gusto y su falta de prejuicios; siempre ha creído que la verdadera talla de los futbolistas no es un asunto de centímetros, sino de neuronas. No importa si son altos o bajos, ligeros o pesados: si son capaces de sorprender a los espectadores con el recorte que sirve para tumbar a un defensa central, merecen toda su confianza.
Ahora, en su retorno a La Romareda, nos ha hecho el regalo de agrupar en una sola línea a Aimar y D'Alessandro. Convencido de que Gabriel Milito y Sergio Fernández garantizan sobradamente la portería de César, se ha permitido resumir la verdad del fútbol en poco más de cien kilos. Puede que, en la distancia, Andrés y Pablito parezcan equipaje de mano, pero representan como nadie la sutileza de los deportistas diferentes.
Aceptemos que esta inesperada sociedad sólo es posible porque Víctor se reconoce en un principio: el fútbol se hace grande cuando pasa por los grandes futbolistas.
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