Las dos elecciones de Hillary Clinton
La política demócrata, tras su previsible reelección como senadora por Nueva York, empezará la carrera hacia la Casa Blanca
No había grupo social más poderoso en el Washington de los años noventa que el constituido por los llamados Friends of Bill. La sola mención de sus siglas (FOB) abría las puertas más infranqueables y permitía el ascenso hacia la cumbre de la influencia y el poder. Ese grupo, que componían entonces algunos políticos, figuras de Hollywood, millonarios demócratas y viejos amigos de la infancia o de estudios de Bill Clinton, pasó al ostracismo inmediatamente después de la caída en desgracia del ex presidente a raíz del affaire de Monica Lewinsky.
Años después, con Clinton completamente rehabilitado ante la opinión pública y con una nueva meta política por cumplir en 2008, ese grupo ha resurgido con casi todo su magnetismo anterior, pero ahora se llama Friends of Hillary y su domicilio social está en Nueva York, en el medio centenar de kilómetros que separa la residencia oficial del célebre matrimonio en el pueblo de Chappaqua y los salones de Manhattan.
Es frecuente últimamente encontrar el ex presidente haciendo ese recorrido en su generoso esfuerzo para empujar la candidatura de su esposa a la presidencia de EE UU, especialmente para recolectar dinero para ella. Si Hillary Rodham Clinton es una -por no decir la principal- aspirante del Partido Demócrata a la Casa Blanca se debe en parte a la capacidad de recoger fondos que tiene su marido, una verdadera máquina de hacer dinero -son decenas de millones los que ha reunido en pocos meses en comidas de hasta 100.000 dólares por cubierto para las campañas de sus compañeros de partido-.
Pero, obviamente, ése no es el único mérito de Hillary Clinton. Pese a ser en este momento, probablemente, la mujer más famosa de EE UU, Hillary lleva estos días una vida relativamente tranquila y apartada de la prensa. El acceso de los medios a ella está muy restringido y, aunque se encuentra en plena campaña para las elecciones en las que debe renovar su asiento en el Senado el próximo martes, su actividad política está lejos de la dura conflagración que se vive en otros estados.
Por un lado, su ventaja de más de 20 puntos sobre su rival republicano, John Spencer, es lo suficientemente holgada como para que la ex primera dama no tenga que descender a lo más bajo de la arena política para recoger votos. Por otro lado, todo el mundo sabe que ésta no es su batalla. Si para muchos políticos norteamericanos, el 7 de noviembre supondrá la señal de meta en su carrera, para Hillary Clinton esa fecha es la señal de salida. Desde ese día, Hillary Clinton será la persona más observada del país, a la espera de que arranque la última hoja de la margarita sobre si concurre o no a las presidenciales.
Su entorno la protege, la cuida, la preserva para esa otra campaña que empezará cuando acabe de contarse el último de los votos del martes. Según cuál sea el resultado ese día, Clinton deberá reorientar su campaña en una dirección o en otra, ligeramente hacia la derecha o a la izquierda en función de las conclusiones que se extraigan de los comicios.
Pero lo fundamental de Hillary Clinton, lo que la convierte por ahora en la principal baza de su partido para recuperar la Casa Blanca ya ha sido mostrado. Ya ha demostrado, por ejemplo, como dice la columnista Anna Quindlen que es "una mente dotada con un conocimiento enciclopédico y una ética del trabajo calvinista".
Su última semana en Nueva York es una buena muestra de lo que Hillary Clinton es y significa. Podemos irnos unos días más atrás para hacer el ejemplo más completo; al jueves 26 de octubre, cuando la senadora celebró su 59 cumpleaños en el famoso restaurante Tavern on the Green, en Central Park, junto a un millar de amigos y seguidores que esa vez pagaron sólo 1.000 dólares por cubierto y le ayudaron a juntar un millón de dólares para engrosar las arcas de su campaña. Era, además, una oportunidad de alimentar la llama de popularidad que cada día crece en torno a la más célebre pareja política desde John y Jacqueline Kennedy.
Cumplido el tiempo del espectáculo, Hillary Clinton, se puso el martes pasado traje oscuro de estadista para pronunciar un discurso en el Council on Foreign Relations de Nueva York, uno de los más prestigiosos think tanks dedicados a la política internacional. Hillary Clinton dejó allí el sello de su pensamiento sobre esa materia.
La probable candidata presidencial explicó su visión del papel de EE UU en el mundo bajo tres principios: "Primero, tenemos que renovar el internacionalismo para un nuevo siglo, no podemos hacer frente solos a la amenaza global del terrorismo u otros profundos retos; segundo, tenemos que valorar nuestra diplomacia tanto como nuestra fuerza militar; tercero, nuestra política exterior debe combinar tanto el idealismo como el realismo en servicio de los intereses de EE UU".
Con este último punto, Hillary Clinton intenta distanciarse tanto de los que, en la izquierda de su partido, se muestran demasiado realistas sobre las limitaciones de EE UU para actuar en el mundo, como, sobre todo, del supuesto idealismo de la Administración de George Bush para intentar exportar la democracia en cualquier forma y a cualquier lugar. "Yo tengo dudas", dijo la senadora de Nueva York, "de si esta Administración ha actuado bajo nuestros valores o si ha usado nuestros valores como una cortina de humo para justificar su ideología y su unilateralismo". "Algo está mal", sentenció, "cuando la persecución de objetivos idealistas ha puesto a una buena porción del mundo en nuestra contra".
Hillary Clinton pidió "un cambio fundamental de rumbo" en Irak y opinó que "sólo el Gobierno iraquí puede tomar las medidas necesarias para crear las condiciones que permitan una solución política", pero, como ha hecho hasta ahora, no quiso comprometerse con un calendario para la retirada de tropas.
Clinton votó en su día en el Senado a favor de la guerra y, aunque ha criticado duramente a Bush desde entonces, no se ha distanciado lo suficiente de la política de la Administración en ese conflicto como para satisfacer las demandas de la izquierda del Partido Demócrata. La senadora permanece en el centro político.
El jueves pasado Hillary Clinton tuvo una nueva ocasión de situarse en ese espacio político, esta vez en un asunto tan controvertido como el debate sobre los valores morales y religiosos. Clinton, que nunca ha ocultado su adscripción a la iglesia bautista, se reunió ese día con un grupo de pastores para discutir sobre el aborto, el matrimonio entre homosexuales y otros aspectos que juegan un importante papel entre los ciudadanos de este país a la hora de decidir su voto.
La ex primera dama expuso su respeto por la labor que los religiosos hacen en la recuperación de los barrios violentos y degradados de la mayoría de las ciudades norteamericanas. Recurrió a párrafos y símbolos de la Biblia para valorar la extraordinaria misión que hoy constituye la lucha por las clases más desfavorecidas. No ocultó que es partidaria del aborto y que cuenta con el respaldo para su campaña de los principales grupos que defienden ese derecho. Más cauta se mostró en relación con el matrimonio gay, una de las polémicas de esta campaña electoral y, sin duda, un campo de batalla para las próximas presidenciales.
Matrimonio gay
Hillary Clinton no es partidaria del matrimonio para parejas homosexuales, pero ha anunciado que no se opondría a los estados que decidieran legalizar esa institución. Clinton repitió ante los pastores protestantes lo que, unos días antes, había dicho a un grupo de activistas de los derechos de los homosexuales. Aunque no existe la reproducción oficial de las palabras de la senadora en ninguna de las dos reuniones, la página web de una organización de homosexuales, cuyo contenido ha sido ratificado por la oficina de Prensa de Clinton, afirma que la ex primera dama dijo: "Si los ciudadanos toman una decisión y nuestro gobernador y nuestra Cámara legislativa apoyan el matrimonio gay en Nueva York, yo no me voy a oponer".
Todo este debate no deja de ser una prueba más del constante ejercicio que Hillary Clinton hace para permanecer en el centro, en la justa distancia para conseguir votantes izquierdistas y conservadores. Ella misma bromeó recientemente ante los fotógrafos mientras se situaba para posar junto a un grupo: "Yo, siempre en el medio".
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Amores y odios
Hillary Clinton parece consciente de que lleva tantos años expuesta a la mirada y a la crítica de los norteamericanos que, pese a toda la popularidad adquirida, ése es también su talón de Aquiles. La senadora ha cosechado, desde luego, en todo ese tiempo más amores que ninguno de sus eventuales contrincantes, pero también más odios que muchos.
Esto es, precisamente, lo que hace que muchos analistas crean todavía que el Partido Demócrata acabará optando por otro candidato, menos conocido, seguramente, pero también con menos prejuicios en contra.
Hillary Clinton ha demostrado, no obstante, tener el coraje para luchar contra casi todos los prejuicios. Una mujer que fue capaz de permanecer sacrificadamente al lado de su marido después de conocerse públicamente todas sus infidelidades y que, pese a eso, cuenta hoy con el apoyo del 60% del voto femenino, según encuestas recientes, demuestra ser una mujer a prueba de bombas.
Su contrincante republicano para el Senado intentó días atrás minar la moral de Hillary Clinton introduciendo en la campaña alusiones a que parecía usar Botox, y a lo poco atractiva que se veía en las fotos de su época universitaria. "¿Seguro?", contestó, "yo creo que me veía muy mona".
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