La Camorra
Han bastado cuatro asesinatos mafiosos esta semana en Nápoles -12 en los últimos 10 días y 53 desde enero- para que Italia entera y el primer ministro, Romano Prodi, reflexionen en voz alta sobre qué ocurre en la capital de la Campania. Puntuales sucesos como la excarcelación de más de 2.000 delincuentes comunes, como resultado del reciente indulto decretado por el nuevo Gobierno de centro-izquierda, tal vez hayan podido influir en la última oleada de violencia de la Mafia o de la pequeña delincuencia, pero la gangrena está muy enquistada desde décadas: Camorra, droga, extorsión a empresas, paro, degradación urbana... Las guerras internas entre bandas se mantienen como siempre, aunque lo que ha aumentado notablemente es la actividad del pequeño crimen. Poco importa que los gestores municipales sean más honrados que en el pasado, como es el caso de la actual alcaldesa, Rosa Russo Iervolino, quien afirma dejarse la piel para acabar con el crimen organizado, pero se lamenta de no recibir dinero del Estado.
La situación de estos días llevó al jefe del Gobierno a viajar urgentemente a Nápoles con el fin de anunciar un plan económico contra la Mafia que incluye el refuerzo de la seguridad mediante el envío de más de un millar de agentes de policía y carabinieri. Prodi descarta por el momento el despliegue del Ejército, una medida probablemente muy resonante y hasta popular, pero de discutible eficacia. Militarizar la ciudad no serviría de mucho si no se emprenden acciones de la policía y de los servicios secretos para la desarticulación de las bandas camorristas y sobre todo si no se ponen en marcha programas de desarrollo para reducir la marginación social y el paro juvenil. Se calcula que 9.000 adolescentes abandonan cada año la escuela en Nápoles y su provincia; una tercera parte cae en el robo o absorbidos como soldados de la Camorra. El desempleo en los jóvenes triplica el índice nacional (7%) y en algunas zonas supera el 50%.
Con sus más de tres millones de habitantes y 35.000 familias viviendo por debajo del umbral de la pobreza, la ciudad del Vesubio y de San Genaro es un lugar de contrastes donde la cultura de la ley no ha madurado y el equilibrio social, si no se desmorona, es gracias a la robustez de la economía sumergida. La política y el crimen organizado hicieron causa común en las etapas de los gobiernos democristianos. Han dejado muchas huellas comportamientos muy bien aprendidos de supervivencia en la jungla urbana como para que los napolitanos más desfavorecidos crean ahora que Prodi es la salvación y griten "miracolo, miracolo".
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