La globalización perfecta
A diferencia de la primera globalización en la que los movimientos internacionales de mano de obra fueron verdaderamente globales, hoy en día todo está globalizado menos las migraciones. La tendencia, además, parece ir a favor del mantenimiento de esa globalización imperfecta. Desde las encuestas de opinión de los países avanzados, hasta las declaraciones de políticos de todos los partidos, pasando por resultados de referéndum recientes como el de Suiza, el mensaje es el mismo: tenemos demasiados inmigrantes, debemos controlar las llegadas (evitando las ilegales) y hay que endurecer los requisitos de entrada. Como la mayor parte de las legislaciones migratorias de los países avanzados son especialmente restrictivas para trabajadores no cualificados, eso significa que estamos hablando de restricciones a la movilidad de la población de la mayor parte de los trabajadores de países en vías de desarrollo. Las comparaciones con la liberalización que ha tenido lugar en el comercio mundial y en el mercado internacional de capitales en los últimos años resaltan aún más la anomalía de unas restricciones cada vez más intensas a la movilidad internacional de la mano de obra. En los últimos cincuenta años el esfuerzo por liberalizar el comercio mundial ha dado como fruto no sólo la existencia de un organismo como la Organización Mundial de Comercio (OMC) sino un consenso prácticamente unánime sobre las ventajas de abrir las fronteras al comercio. No existe ningún organismo internacional que tenga como propósito declarado liberalizar las migraciones internacionales ni parece estar en la agenda de los proyectos globales. Y sin embargo, están empezando a oírse voces a favor de una liberalización de las migraciones sobre las que merece la pena reflexionar pues los argumentos que utilizan destacados economistas como Bhagwati o Prichet están muy lejos de caer en la demagogia fácil. Sorprende que entre los grandes proyectos de desarrollo mundial (desde los famosos Objetivos del Milenio pasando por las campañas del 0,7% o similares) no haya ni uno solo que plantee mayores cuotas de entrada en los países avanzados para los trabajadores de los países pobres. Las ganancias potenciales que para los países pobres supondrían un aumento de su cuota migratoria son de tal magnitud (según estimaciones del Banco Mundial) que no se entiende como ONG o instituciones sociales y académicas de todo tipo preocupadas por el desarrollo no estén haciendo todos los esfuerzos posibles para reducir las barreras a la movilidad internacional de la mano de obra. Los proyectos de desarrollo de los organismos internacionales son aún más contradictorios: todos ellos funcionan sobre el esquema de los Estados-nación. Existe todo un entramado de organizaciones preocupadas por el desarrollo de Senegal, El Salvador o Mauritania, pero no existe ninguna entidad internacional preocupada por el bienestar de los senegaleses, salvadoreños o mauritanos independientemente del país en el que residen. Sus gobiernos respectivos, mientras tanto, reciben unos 70.000 millones de dólares en concepto de ayuda al desarrollo. Se podrá argumentar que la mayor entrada de inmigrantes tendría consecuencias negativas para determinados grupos de la población receptora, que generaría problemas sociales, etcétera, pero también la liberalización del comercio crea "perdedores" en las sociedades avanzadas (empresas que no pueden competir, pérdidas de empleo...) y no por ello se ha dejado de avanzar en la liberalización del mercado mundial. Se podrá argumentar también que el principio de reciprocidad, básico en las negociaciones de comercio mundial, es inviable en el caso de las migraciones: si Estados Unidos aumenta la cuota de inmigrantes salvadoreños el que El Salvador esté dispuesto a aceptar más inmigrantes de Estados Unidos es irrelevante pues el flujo es en una sola dirección. El razonamiento, sin embargo, no invalida la paradoja de que se dediquen millones de dólares en el control y en la vigilancia de fronteras para evitar la entrada de ilegales. Parece razonable plantearse la alternativa de abrir un poco la puerta y asumir otro tipo de costes.
Parece razonable abrir un poco la puerta y asumir otro tipo de costes
El segundo argumento sobre el que merece la pena reflexionar es de carácter moral. Después de al menos un siglo de batallas por eliminar la discriminación del ser humano por su sexo, raza, religión o creencias resulta que el factor de mayor desigualdad hoy en día en el mundo es el lugar de nacimiento y paradójicamente es sobre ese criterio sobre el que las sociedades avanzadas aceptan discriminar quién tiene derecho a vivir dentro de nuestras fronteras. Los europeos del siglo XIX lucharon por conseguir la eliminación de las barreras a la emigración y por el derecho a la libertad de residencia; podemos justificarlo con todo tipo de argumentos pero ese derecho no existe hoy en día para la mayor parte de la población mundial.
Quizá sean insuperables las fuerzas en contra de una (modesta) liberalización mundial de las migraciones, quizá los ciudadanos de los países avanzados prefieran seguir contribuyendo al desarrollo de los países más atrasados colaborando con ONG o presionando a sus gobiernos para que dediquen más cantidad de sus impuestos para ayuda al desarrollo, quizá los votantes quieran seguir decidiendo quién tiene y quién no tiene derecho a vivir dentro de nuestras fronteras, pero cada día empieza a ser más evidente que la única preocupación en los foros internacionales tiene que dejar de ser qué hacemos para que no vengan.
Blanca Sánchez Alonso es profesora de la Universidad San Pablo-CEU.
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