Recobrar Oaxaca
Ha tenido que suceder en Oaxaca lo inevitable, un estallido de violencia saldado con cuatro muertos a manos de pistoleros sin identificar, para que el presidente Vicente Fox haya adoptado, después de cinco meses, la decisión de enviar fuerzas federales a restaurar el orden a la caótica capital de uno de los Estados más atrasados de México. Una huelga de maestros iniciada en mayo, reprimida en junio con la torpeza característica del gobernador del PRI, Ulises Ruiz, desembocó en una insurrección social a la que se han ido sumando colectivos descontentos de todo tipo. En medio de la abdicación de los poderes públicos, el resultado ha sido la ruina de una ciudad turística de 250.000 habitantes convertida en barricado campamento autogestionario.
Pese a la violencia que ya se había cobrado nueve vidas desde mayo, y que preludiaba inevitablemente otra mayor, los partidos y las instituciones mexicanas han ido peloteándose el polvorín de Oaxaca con argumentos peregrinos. En Oaxaca no ha dimitido el gobernador priísta Ruiz, como siguen exigiendo los insurgentes, pero tampoco ningún poder estatal o federal ha hecho nada para evitar el colapso. El presidente saliente Fox, en una actitud de dejación ejemplar alimentada por su temor a ser recordado como represor, ha dejado pudrirse la crisis, alegando hasta ayer su respeto por la hace meses desaparecida jurisdicción local.
Cuatro muertos a balazos en una noche, entre ellos un periodista estadounidense, han hecho finalmente irrumpir la realidad de Oaxaca en los corredores del poder. Más vale tarde que nunca. Bienvenidas las fuerzas federales si su presencia sirve para zanjar urgente y civilizadamente una crisis que nunca debió alcanzar sus dimensiones actuales.
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