El Manifiesto
El PSC presenta: el Manifiesto Electoral. Lugar: Fundación Tàpies. Hora: 11.30. Hombre, un manifiesto. Algunos todavía recordamos aquéllos que empezaban con "Nosaltres, els treballadors de la cultura...". Pero la cosa no debe de ir por ahí. A estas alturas de la campaña, es lícito preguntarse si las formaciones políticas en liza todavía no han manifestado todo lo que tenían que manifestar y recurren a un manifiesto para manifestar lo todavía no manifestado. Bueno, pues no. Todas las promesas electorales de este Manifiesto -que encabeza la frase Ara és l'hora dels catalans i les catalanes: que no se pierda el género- están en el programa del PSC. El Manifiesto las "destila", coinciden en subrayar varios de los oradores. Vamos, que las resume. Ahora bien, el hecho de que presente el Manifiesto un gran plantel de tenores y sopranos socialistas huele a significación política metatextual.
Oigámosles. Abre la función la escritora Gemma Lienas, quien dice que quiere acabar de hacerse mayor -tiene 55 años- con un Gobierno de izquierdas liderado por Montilla, un hombre que "no es compendio de virtudes viriles" -agitación entre el público-, sino de "cualidades minerales" como "la solidez, la resistencia y la adaptabilidad". No está mal la idea de poner escritoras en los actos electorales. CiU también recurre de vez en cuando a Maria de la Pau Janer y ERC tiene en la diputada Maria Mercè Roca a una activa propagandista. En los tiempos de "Nosaltres, els treballadors de la cultura..." ponían a cantautores: convendrán que este país mejora.
Tras la escritora, toman la palabra Joaquim Nadal -cuyas pausas entre palabras cada vez se llenan más de Polònia-, Marina Geli -que habla de "anella cultural", un concepto pos-treballadors de la cultura-, Montserrat Tura -la mezzosoprano insiste en la "feina feta" y consigue no parecerse a Berlusconi-, Jordi William -severo hombre de ciencias- y Joan Manuel del Pozo -el cual entona el mantra maragalliano "educació, educació i educació" para variarlo en la fórmula "educació, educació i més educació" , y aquí uno va y se pierde.
Concluida la actuación de los chicos del coro, es el turno de los solistas. Maragall se excusa por dar la espalda a sus consejeros. "Però us tinc a tots al cor", añade con su mezcla irrepetible de nonchalance y sorna. Habla de un reciente viaje a Els Torms, en Les Garrigues, donde Eugeni d'Ors imauguró en 1916 unas escuelas modélicas. La chistera de este hombre no tiene fondo. De ella salen otras piezas, como "no tenemos a Cataluña como ciencia infusa, sino que la hemos ido aprendiendo", "Mascarell y Carme Figueras no han podido venir" y una referencia a "la patria desvetllada i feliç que hace 100 años anunció el modernismo". No sermonea, él discurre: echaremos de menos los buenos ratos que nos ha hecho pasar.
A continuación viene Montilla. Sintético. Dice que el Manifiesto es "la hoja de ruta de la Cataluña social". Ah, ahora se entiende todo. El candidato ha ganado confianza estos días, aunque su lengua no mejora: un repitu -por repeteixo- sobresalta a la audiencia. Pero más allá de las palabras, está la significación de este acto. Esta vez Maragall tenía a sus nietos en la guardería y ha hecho formar a buena parte del Govern para arropar al candidato. Los manifiestos que empezaban con "nosaltres, els treballadors de la cultura..." solían acabar con la platea coreando "unitat, unitat, unitat!". Pues eso.
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