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Columna
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La venganza

Llaman mucho la atención los dirigentes que se salen de las directrices de su partido. En un sistema político donde el poder de las estructuras partidarias es muy fuerte, resulta raro escuchar voces disonantes. Es casi imposible encontrar gente que disienta con su voto de la postura oficial de su grupo. La diferencia llama siempre la atención. Es normal que lo políticamente incorrecto cause sorpresa frente al aburrimiento de lo correcto. En países con sistemas de elección directa como Gran Bretaña, o donde los cargos electos viven muy pegados al electorado, como en EEUU, o donde hay tradición en la diversidad de opiniones como Francia, no ocurriría algo así. En España son las direcciones de los partidos las que adoptan las decisiones que luego tienen que cumplir sus cargos. El mecanismo ha llevado a los partidos a una dinámica leninista, de manera especial el PP, con una disciplina férrea, casi prusiana comparada con el PSOE. Es tal el encorsetamiento que hay veces que hasta Fraga parece un iconoclasta.

Los políticos que opinan de manera diferente son más populares, ocupan más espacio en los medios de comunicación. Habrá que desentrañar luego si se trata de gente fiel a sus ideas que expresan sus puntos de vista a riesgo de verse afectados o que han encontrado en la disidencia con los suyos el mecanismo para ampliar el espectro de sus votantes y seguidores. Los hay incluso que opinan contra su partido como un ejercicio de venganza al estar lejos del poder.

En este último caso parece situarse Alfonso Guerra. Quien antes ejercía el poder orgánico con firmeza y determinación, a quien se le atribuye la famosa frase de la foto, ahora ejerce de heterodoxo. Es curioso cómo funciona la historia: antes guardaba las esencias y ahora es un librepensador. Por supuesto sus opiniones son jaleadas en seguida por la derecha en sus diversas fórmulas, políticas o periodísticas. Si antes Guerra era un peligroso émulo de Largo Caballero, ahora es un padre de la Constitución y, a lo sumo, un jacobino.

Quienes le machacaron por los asuntos de su hermano o por su poder en los gobiernos de Felipe González y en el PSOE son sus palmeros ahora, cuando le llaman "hombre de Estado", "fiel a sus principios " y cosas así. Cuando Alfonso Guerra ha pretendido zaherir a sus compañeros del PSOE de Andalucía ha elegido para lanzar sus dardos la definición de la comunidad como realidad nacional en el proyecto estatutario . De manera inmediata Guerra ha crecido en la consideración de los adversarios de su partido.

Algo similar le ocurrió a Bono: la misma derecha que le intentaba agredir en las manifestaciones lo ensalzaba si mostraba su escepticismo sobre el modelo territorial de su propio Gobierno. En este grupo se puede incluir a Rodríguez Ibarra, odiado si defendía a los condenados por el GAL y alabado si criticaba al Gobierno catalán de su partido. Le pasa a Francisco Vázquez y, en el otro extremo, a Maragall. En el PP parece que es más difícil encontrar opiniones diferenciadas. Hace tiempo que interiorizaron las causas del fin de la UCD y actúan como un ejército, repitiendo las consignas que llegan de Madrid. Es ilusorio buscar diferencias entre Rajoy , Acebes y Zaplana. Todo obedece a la misma estrategia. Quizás Ruiz Gallardón o Piqué gusten cada uno de situarse bajo los focos con declaraciones diferentes, cada uno con objeto de encontrar espacios más amplios a sus propias ambiciones. Algo parecido se puede decir de Rosa Aguilar con respecto a IU. Incluso hay veces que la alcaldesa de Córdoba no parece pertenecer a esta organización.

Hay que saber discernir qué políticos actúan conforme a unas profundas convicciones, cuáles lo hacen por una mera conveniencia electoral y cuáles por una venganza hacia el aparato del partido que antes manejaban y del que ahora están fuera. Este último parece que es el caso del antiguo vicepresidente y vicesecretario del PSOE. Lo de las convicciones profundas para discrepar me malicio que se da en contadas ocasiones.

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