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Columna
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La coartada del ruido

El informe de sostenibilidad ambiental 2006 elaborado por el Gobierno vasco dice que vamos por buen camino, pero que aún nos falta, y que una de nuestras asignaturas más pendientes en esa materia sostenible es la contaminación del aire. Una contaminación que no es sólo atmosférica -la clásica polución en forma de partículas flotando en la incierta transparencia que nos toca respirar-, sino también acústica. En fin, que vivimos rodeados de ruido. Un ruido que, además de molestar, afecta a nuestra salud física y mental. La OMS recomienda no superar los 55 decibelios de día y los 45 de noche. Y aquí nos pasamos de esa raya. Otro informe de sostenibilidad publicado antes del verano decía, por ejemplo, que el 43% de los donostiarras sufre niveles excesivos de ruido en horario nocturno y el 36% durante el día.

Pero están los males que produce el ruido y, luego, los que ocasiona la ausencia de silencio. Hay cosas que sin silencio no se pueden hacer, pensamientos que no se pueden tener, precisiones, atenciones o cálculos que se distraen o, directamente, se pierden. El ruido es capaz de arrasar el paisaje de la mente como un incendio. Y el ruido, además, llena, satura, dejando a los auténticos sonidos sin sitio para resonar y a las voces sin la posibilidad de la escucha. El ruido tapa así y puede, y suele, ser utilizado como cobertura o coartada.

Si las mediciones de contaminación acústica que se le hacen al aire natural se le aplicaran a la atmósfera artificial de nuestra vida pública, los resultados en decibelios asustarían, porque hay que ver qué ruido de declaraciones, qué ecolalia política, qué grifo abierto de frases y más frases trenzándose, replicándose, superponiéndose, jaleándose, alimentándose las unas a las otras. El llamado "proceso de paz" es, de momento, un impresionante barullo verbal, un vocerío que tiene poco de conversación y mucho de inundación; de pleamar lingüística que ocupa todo el espacio, todo el tiempo, que no deja huecos o pausas para la reflexión y la resonancia. Y si algo necesita la paz es que la dejen ensimismarse, esto es, pensarse y ensayarse como su nombre indica.

Un poco de silencio, pues, entre frase y frase, señores dirigentes. Un poco de espacio entre dicho y dicho, por favor. Déjennos descansar del oído un momento, que tenemos cosas que pensar, sentir y decidir. Cada uno se representa el proceso de paz a su manera: yo lo veo también como una suma de procesos individuales, como un proceso de paz dentro de cada uno de nosotros que requiere un entorno propicio: serenidad, sinceridad y silencio. Mucha menos contaminación político-acústica, no sólo porque, insisto, hay pensamientos que no podrán producirse en esta algarabía, emociones que no querrán asomarse, (sabias) resoluciones que no conseguiremos tomar con tanto alboroto, sino porque el ruido es como el río revuelto: beneficio o coartada de la agresividad antidemocrática.

Batasuna acaba de anunciar, para variar, que la condena de la violencia no figura en su agenda. La frase ha llegado, ha sonado y ha pasado enseguida, empujada por las siguientes. Ha entrado, buscado y ocupado su sitio en la cadena de montaje de las declaraciones, como si fuera una frase más, una pieza más del mecanismo, una carta más de la baraja. La contaminación acústica aturde, hace perder la noción y nociones. Y de eso se aprovecha Batasuna. Con el ruido que hay en el ambiente, esa frase suena, pero no atruena (como debería). Rodeada de silencio, en cambio, caería como lo que es, como una bomba literal. En un entorno diferente, silencio + "condenar la violencia no figura en nuestra agenda" + silencio expresaría todos los detalles, los matices, los malos recuerdos y peores presagios de su sentido. Rodeada de silencio, revelaría su auténtica, totalitaria naturaleza. Rodearla de silencio significaría aislarla del resto, delimitar su inaceptable diferencia. "El silencio es una construcción de la cultura", escribió sabiamente Alvaro Cunqueiro. De la cultura respetuosa, civilizada y democrática, sin duda.

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