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Columna
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Mirada republicana de Letizia

Ha sido un saludo fugaz, como tantos debe de hacer a lo largo del día. Sonriente, algo alambicada, y cálidamente distante, ha pasado ante mi mirada curiosa como si fuera una delicada sombra, una frágil presencia. Frágil no era su presencia, sin embargo, si observamos el conjunto al completo, esa espesa amalgama de policías, asesores, militares y reales de todo pelaje que habitualmente acompañan sus desplazamientos. La cogía de la mano ese hombre alto y atractivo que la ha convertido en princesa, y los dos, tomados así, como una pareja ante el peligro, me han parecido extrañamente solos, casi perdidos entre tanta gente. No. No proyecto una ternura dulzona sobre esta real pareja, muy al contrario, pero las vibraciones que cuento son sinceras. Sinceras hasta el ridículo. A pesar del poder, de la influencia, de la riqueza, incluso del glamour que proyecta su real existencia, esta pareja parece muy frágil. Puede que sean reales, pero son la pareja más irreal que habita entre comunes. ¿Triste? No diría. Sólo frágil. Especialmente ella, esforzándose por gustar, por estar en su papel, por mantenerse estupenda, por ser madre contra aviso. Por merecer la altura a la que se ha visto situada desde hace un tiempo.

El debate monarquía-república no está superado. Los cruentos ataques contra Letizia que visualizamos en las televisiones rosas no son el inicio de ningún debate, sino la expresión pública de la España que siempre despreció la modernidad

¡Cuántas vueltas puede dar la vida!, me dice una colega que, como yo, se regodea desde el patio del hotel Reconquista, en pleno Oviedo, coleccionando miradas de gran famoseo. Ahí está Paul Auster, y todas las féminas tenemos un momento lascivo, más o menos confesado. Nos cruza Pau Gasol y la familia del baloncesto al completo. Mary Robinson, ex primera dama de Irlanda, pasea su elegancia combativa, y rodeada de focos, asistentes, pelotas y otras especies de la fauna del éxito; Pedro Almodóvar exhibe sonrisa y vanidad sin complejos. Los premios Príncipe de Asturias ciertamente han conseguido culminar un lento proceso de prestigio y hoy, más allá de las pocas o muchas simpatías que despierte la institución, son unos premios de gran relevancia, no en vano han sabido premiar lo mejor de cada casa. Queden para la historia los homenajes a Isaac Rabin, a Mijaíl Gorbachov, a Woody Allen, a Stephen Hawking, a Rigoberta Menchú, a tantos que marcaron hitos en sus respectivos campos. "El éxito del premio es la categoría de los premiados", asegura Felipe en el artículo que escribió para El País Semanal, y no le falta razón. Si los Príncipes de Asturias nacieron a mayor gloria del heredero, hoy cabalgan solos a lomos del prestigio que han sabido ganarse. Aunque no existiera la Monarquía -y a eso aspiramos algunos-, esos premios merecerían estar. "¿Qué hace una chica como tú en unos Príncipes de Asturias como éstos?", me pregunta almodovarianamente mientras parloteo con Carlos Castellano, otro alienígena como yo. Pues eso, estamos aquí, observando el éxito y la inteligencia. Y, cómo no, marujeando a lo grande.

Pero vuelvo a Letizia, quizá porque esta mujer me gusta, más allá de lo que representa. Es cierto que me gustaba más cuando, vestida a lo Sabina, llevaba la falda más corta y tenía la lengua más larga, pero incluso con este estilo democratacristiano que le han fabricado, me parece una interesante mujer. Sin duda, una luchadora. Y, puestos a mantener la Monarquía, resulta ser además una buena profesional, lo cual es todo un alivio. Sin embargo, reconozco que la simpatía por Letizia ha crecido a medida que aumentaban los ataques del facherío nacional, y más cuando se concretaban en la cruzada clasista, machista y furibunda que le ha declarado Jaime Peñafiel. ¡Qué inquina la de este hombre! ¿Será que le guarda algún litigio pendiente a la realeza? Como sea, Peñafiel acabará consiguiendo que todos los progres republicanos nos hagamos monárquicos un ratito, ni que sea por compensación antifacha. "Esta es la misión de Jaime Peñafiel", me suelta Sabino Fernández Campo desde los micrófonos de Julia Otero, "que te hagas monárquica", y me quedo con la duda: ¿Me lo dice Sabino porque es un cachondo o porque piensa lo mismo que Peñafiel?... Los secretos de palacio son apasionantes jeroglíficos. En cualquier caso, será necesario preguntarse por qué lo más conservador, contrarreformista, cursi y nacionalpatrio de las Españas es tan anti-Letizia. Y, más allá, por qué es tan antimonárquico. Esta España camisa blanca es un galimatías.

No. No creo que en pleno siglo XXI tenga ningún sentido mantener privilegios familiares, nacidos al albur de la sociedad feudal, que hoy sólo representan una lucrativa marca comercial y una cortapisa democrática. Podemos levantar un espectacular edificio de justificaciones y, sin embargo, ni un solo argumento justifica el mantenimiento de los derechos de cuna. Algún día tendremos que hablar de ello, con una pizca de valentía y con algún gramo de madurez. El debate monarquía-república no está superado, sólo está pendiente. Sin embargo, los cruentos ataques contra Letizia que visualizamos en las televisiones rosas, no son el inicio de ningún debate, sino la expresión pública de la España que siempre despreció la modernidad. Hoy, la crítica feroz contra la Monarquía la llevan los fachas. Para los republicanos esto es un desastre porque, con semejantes compañeros de viaje, no tenemos ninguna opción. Entre Peñafiel y Letizia, ¿quién que sea medianamente inteligente se quedaría con Peñafiel? Al final tendrá razón Sabino, esto es una maniobra de la carcundia para convertirnos a todos en monárquicos.

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