Inmigrantes, para lo que nos interesa
Cuán orgulloso me siento de haber pasado por una universidad española. Algo debe hacerlas superiores a las demás. Lo digo porque mi mejor amiga, con un brillante 4º año de carrera terminado en la Universidad de La Habana, ha sido rechazada en una de las nuestras. Por el nivel educativo desde luego no ha podido ser, porque el de ella está muy por encima de la media del de nuestros estudiantes. Y es que si no la convalidan a ella, con los papeles en regla, un expediente brillante y en último año de carrera, ¿a quién van a convalidar? Es cierto que acogemos a un buen número de estudiantes de Erasmus, pero, claro, eso es un asunto europeo, además ellos vienen y luego se van. Mi amiga pretendía quedarse como periodista en nuestro país una vez terminada la carrera para disfrutar de ese gran triunfo de la democracia que es la libertad de expresión. Pero de momento no podrá hacerse periodista. No la han admitido en la universidad pública española, y no puede costearse una privada, se ha gastado todos sus ahorros en pagarle al Estado cubano los papeles que pide España para estudiar la convalidación que le ha denegado. Ahora está lejos de su hogar y de los suyos, a los que abandonó por un sueño que se acaba de truncar. Cuando se le acaben las lágrimas tendrá que dedicarse al servicio doméstico, la restauración o a cualquiera de esos trabajos penosos que les reservamos a los inmigrantes porque nosotros ya no los queremos. Para eso nos sirven, ¿no.
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