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Reportaje:

Clase de tolerancia en Las Vistillas

Los alumnos del colegio público y multirracial Vázquez de Mella aprenden nociones del Ramadán con la música del grupo Darga

Ni yudo, ni inglés, ni informática. Los alumnos del colegio público Vázquez de Mella, en el corazón mismo de Las Vistillas, disfrutaron ayer de una asignatura extraescolar que bien merecería el nombre de Tolerancia. En realidad, esta risueña y bulliciosa muchachada de entre tres y doce años podría dar sopas con ondas a muchos mayores a este respecto: ellos practican a diario la convivencia interracial en unas aulas donde el índice de población inmigrante asciende al 54%. Pero ayer se enriquecieron con algunas nociones básicas sobre el Ramadán -el mes de ayuno musulmán- a través del testimonio de un grupo musical marroquí, Darga, que se desplazó hasta el centro para aclarar todas sus dudas al respecto. Y tras la charla, por supuesto, sonó en riguroso directo la música del Magreb, con éxito arrollador entre la joven audiencia.

El centro, que cuenta con el Premio de la Paz, tiene 320 alumnos de 28 nacionalidades
"En España no hemos percibido rechazo por nuestra condición de árabes", dice el bajista

Esta singular sesión de costumbres islámicas discurrió en pleno patio, en cuanto los críos salieron a la carrera de su última clase vespertina. Les esperaban casi todos los integrantes de Darga, diez veinteañeros llegados desde Casablanca con un aspecto muy poco comprometido con la ortodoxia: pantalones vaqueros anchos, gorritos de lana o pelambreras al estilo rastafari. No se llevaron consigo todo su instrumental, pero sus darbukas (el tambor por antonomasia de la música árabe), panderetas, sonajeros o caraquebs, una especie de castañetas metálicas, fueron arsenal suficiente para organizar un buen tinglado y provocar las palmadas y contorneos de los más pequeñajos.

Antes de la fulgurante descarga rítmica, el mediador social Mohammed Azahat Moumem, responsable del grupo árabe de los socialistas madrileños, ejerció de traductor para que la chavalería pudiera saciar su curiosidad. Para empezar, claro, la pregunta del millón: "¿Se pasa mucha hambre en el Ramadán?". "No, si te preparas alimentándote bien por la noche", le explicó Oubize, que toca el guembri -un laúd de tres cuerdas- y lleva chándal con capucha y unas esplendorosas rastas. "Mientras luce el sol, a base de concentración, se te olvida por completo la comida". "¿Y los niños también tienen que cumplirlo?", se interesó uno. La respuesta le llegó desde el corrillo. "Hasta los 12 ó 14 años no es necesario. Lo hice una vez con mis papás, pero sólo un día, para saber en qué consistía", le aclaró un niño musulmán.

Irene Iglesias seguía la improvisada tertulia desde un lateral. Docente en el Vázquez de Mella durante más de un cuarto de siglo y directora desde hace ocho temporadas, Iglesias se las ha ingeniado para que las cosas funcionen razonablemente bien en un centro que ha obtenido el Premio de la Paz y cuyos 320 alumnos comprenden 28 nacionalidades distintas. Los de apellido español suman poco más de la mitad y las aulas se completan con ecuatorianos, colombianos, chinos, filipinos, rumanos y marroquíes, entre otros colores y procedencias. "Ahora ya estamos dando clase a los primeros hijos de antiguos alumnos inmigrantes. Ése es un motivo grande de orgullo", se sincera.

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Carlos Castejón, representante de los padres en el consejo escolar, también se muestra satisfecho de que su hija "pueda mamar la realidad social de hoy en día" en estas clases multirraciales. "Nuestros hijos terminan dándonos lecciones de integración y tolerancia", tercia Joaquín Bringos, de la Asociación de Padres. "A nosotros nos enseñaban que no debíamos ser racistas. Nuestros chavales no necesitan ese aprendizaje, porque lo viven a diario y se tratan de igual a igual con toda naturalidad. Luego, en Carnaval, organizamos una fiesta con comidas típicas de todos los países y nos lo pasamos en grande".

Los chicos de Darga nunca habían contado con una audiencia tan bisoña, pero les encantó "disfrutar de tanta curiosidad y energía". El bajista y fundador del grupo, Malek -26 años, largas patillas negras, chaqueta de chándal y amante del reggae y el rock and roll- organiza en Casablanca talleres con niños autistas. Una iniciativa hermosa: su música le sirve a los chiquillos como estímulo para comunicarse con el mundo exterior. "En España, hasta ahora, nunca hemos percibido ningún rechazo por nuestra condición de árabes", confiesa en un castellano muy aceptable. "Los estereotipos se agudizan más en cuanto viajas por el centro del continente. En Bélgica, nos miraban como si hubiéramos llegado a Europa en pateras".

Indudablemente, la música de Darga no goza de simpatía entre los sectores más conservadores de la sociedad marroquí. Ellos se consideran herederos de Nass El Ghiwane ("los Rolling Stones africanos") y les divierte que algunos de sus paisanos les tengan conceptuados como unos hippies irredentos. "En Marruecos se percibe ahora mismo un movimiento de liberación social semejante a la revolución femenina en la Europa de los años 60", apunta Nabil, el vocalista de la banda.

Y las rastas de Oubize se agitan al viento en señal de aprobación. "Nuestras canciones son claras y directas, relatan las preocupaciones de los jóvenes marroquíes con la misma sinceridad con la que se charla tomando un café con un amigo. No nos hace falta que las letras hablen de política de una forma explícita. Llevar pantalones vaqueros o lucir largas melenas ya es todo un posicionamiento político en sí mismo", añade.

Darga actúa esta noche en la sala Heineken (Princesa, 1; metro de Plaza de España). 21.30. Entrada: 9 euros.

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