Michel Foucault, la verdad y el chismorreo
Cuando el mundo se encuentra sin rumbo, acosado por los fundamentalismos nacionalistas y religiosos, lamento que Félix de Azúa, casi siempre inteligente y brillante, haya cedido a la tentación fácil de designar un falso culpable: Michel Foucault. (Véase No me lo puedo creer, EL PAÍS, 14 de octubre de 2006). El pensador francés, que falleció hace ya más de veinte años, y que no saldrá de la tumba para defenderse, ni tampoco para soltar una carcajada contagiosa, no sólo era, a juicio de Azúa, un irresponsable relativista que no creía en la verdad, sino que además era un homosexual con sida que, con sus prácticas sexuales promiscuas, fue contaminando a quienes encontraba a su alcance.
Para avalar tan grave descalificación moral e intelectual, Azúa apela a un testigo de cargo: Raymond Tallis. Tallis es un profesor de geriatría de la Universidad de Manchester con afán de notoriedad. A la sombra del affaire Sokal, arremetió no sólo contra Foucault, sino también contra Marx, Durkheim, Freud, Lacan, Derrida, Wittgenstein y otros oscuros relativistas. Además de defender con uñas y dientes a la medicina tradicional, Tallis es también filósofo, poeta, novelista y un optimista impenitente que se siente asediado por los pensadores que se mueven en la órbita de la hermenéutica de la sospecha. Cuando sus investigaciones lleguen a superar las que realizó Foucault sobre la locura, la lógica de funcionamiento de las cárceles, o la historia de la sexualidad, habrá avanzado la verdad. Mientras tanto, más vale que la sátira, la ironía y la maledicencia las reserven, tanto Félix de Azúa como Raymond Tallis, para la prensa amarilla o las crónicas marcianas.
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