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ARTUR MAS | Candidato de Convergència i Unió a la Generalitat | La campaña electoral en Cataluña

De secundario a protagonista

A juzgar por cómo lo tratan sus imitadores, Artur Mas ha dejado de ser un actor de reparto para convertirse en protagonista consagrado por un triunfo electoral que, pese a serlo, no le permitió alcanzar su objetivo en 2003. Mientras fue aspirante, los humoristas le trataban como un robot de sonrisa mecánica, un ejercicio de ridiculización que le acabó favoreciendo. Hoy sus imitadores lo presentan como un político que vive más pendiente de su reflejo que de su esencia. De aquellos inicios se mantiene una maldad sobre su peinado y el uso abusivo de lacas. Su esposa, Helena Rakosnik, sin embargo, desmintió el efecto laca, desactivando así una leyenda capilar que equiparaba a Mas con el mismísimo Sansón. El paso adelante mediático de Rakosnik, madre de sus tres hijos, responde a un meditado guión que ha administrado gradualmente la información sobre el candidato hasta otorgarle la dimensión de estadista de nación sin Estado con primera dama incluida (incomprensiblemente, CiU no ha explotado lo que dijo su esposa de él: "Es muy completito a la vez que sencillo").

La imitación, pues, seguirá evolucionando, ya que la comparación persigue a Mas desde sus inicios. Si tuvo la tentación de imitar a Pujol, lo desmintió en su etapa de conseller en cap. Ganar y quedarte en los bancos de la oposición es una experiencia que ni siquiera Pujol habría soportado. Uno se vuelve desconfiado y reza para que la legislatura se acorte con una oportuna convocatoria de elecciones anticipadas que sacie el revanchismo del sector neopujolista renovador. Aunque CiU vive un momento de vertiginosa autocomplacencia, el gran aliado de Mas no han sido sus presuntos aciertos, sino los estrepitosos errores del tripartito. Mas ha gestionado su pacto con Zapatero, que acabó con el capítulo más intenso del vodevil estatutario y ha dejado en manos de David Madí el trabajo sucio (un Madí que, aquejado de fiebre imitativa, habla igual que el candidato). Aquí la suciedad no es una treta, sino un método confeso: crearse tantos enemigos que ninguna formación tenga estómago para pactar con CiU y jugárselo todo a un Gobierno en minoría.

Es una apuesta atrevida que Mas está dispuesto a asumir para aplicar su credo: ser catalán, democráta y progresista para conseguir una sociedad justa, solidaria y libre. Puede que, en este último tramo, Mas cometa errores que movilicen a sus adversarios, pero tambien sabe que si no gana ahora no ganará nunca. Por eso se presenta como un hombre maduro (50 años) y no como un novato engreído, y transmite un perfil moderado en lo social, catalanista en lo político y liberal en lo económico. En cuanto al aspecto informal que muestra en la campaña, subraya las virtudes opuestas a las que en su día explotaron sus imitadores, adopta ciertos tics laportistas y confirma lo que dicen de él sus fratricidas socios de Unió: que es persistente y perseverante. El robot ya no lleva corbata, mira a cámara sin complejos y presume de un patriotismo que se expresa con el logo, algo ñoño, de un corazón cuatribarrado que entronca con la máxima de su admirado Saint-Exupéry: "Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad". Paralelamente a esta expansión naïf, el candidato se compromete, por vía contractual y ante notario, con el electorado. Es una extravagancia histriónica, un efecto especial electoralista que tiene una lectura terrible: equivale a admitir que entiende que nadie crea en sus promesas.

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