Esperar a Godot
¿A qué esperan? ¿A quién o a qué esperamos? De algún modo (de un modo más visible o solapado) nos pasamos la vida esperando no se sabe bien qué, no sabemos a quién. En Londres esperaban a Godot la semana pasada y Godot llegó al fin al West End, cincuenta y un años después de su estreno, de la mano del gran Peter Hall. Otro grande del teatro, Harold Pinter, homenajeaba hace unos días al autor irlandés interpretando, también en un teatro londinense, el monólogo de Krapp's last tape. Godot (o quien quiera que sea) sigue siendo esperado. Sólo hace falta adquirir una entrada en la taquilla (donde quiera que esté) y sentarse en el patio de butacas y observar cómo no pasa nada durante todo el tiempo. Esperar a que pase lo que no pasa. Samuel Beckett, en cambio, se cansó de esperar. Este año se cumplió (aún se está cumpliendo) el centenario de su nacimiento. No quiso esperar tanto. Probablemente odiaba, igual que Vila-Matas, la tiranía absurda de los números redondos.
"La paz tiene que llegar", se escucha por ahí, en las ruedas de prensa, en los comunicados de los partidos y en las declaraciones de sus representantes mientras esperan, sentados o de pie tras un micrófono, el santo advenimiento, la solución al acertijo vasco. El escenario, cada vez más desnudo, no tiene ni una mesa. Sólo un árbol. El árbol calcinado del lenguaje con el que poco o nada hemos logrado hasta hoy. Palabrería, humareda de ideas. En eso somos maestros. Virtuosos del hablar por no callar. Vladimir y Estragón hablan y esperan. Mantienen un diálogo de sordos. Como mucho consiguen ahuyentar el silencio.
El pasado no termina de irse y el futuro no acaba de llegar. Lo podría haber dicho Estragón. Lo podría haber dicho Vladimir. Lo ha dicho ETA. La frase es colosal en su vacío. Un espléndido chiste. ¿Godot es el futuro o un eterno presente intransitivo? Es difícil saberlo. En esta espera, lo mejor es leer a Samuel Beckett. La lectura entretiene las esperas y las hace más cortas. En las salas de espera de los médicos, los enfermos se aferran a la lectura de cualquier papel. ZP, sin embargo (lo dice Batasuna) nos quiere despistar con sus maniobras y diluir la espera, esperando tal vez que no se desesperen los enfermos. El proceso de paz, aseguran los viejos militantes de la guerra, está bloqueado. Todo es desesperante, pero no hay más remedio que esperar. Eso parece.
Situación, por lo tanto, de espera. En mayo habrá elecciones. ¿A qué espera para legalizarse Batasuna? Muchos aguardan desde hace años, lustros, décadas, que la izquierda abertzale rechace la violencia. ¿Esperan a Godot? Lo que espera Batasuna es que, dadas las circunstancias (dadas sus circunstancias) se derogue la Ley de Partidos. De modo que ellos sólo, únicamente tienen que esperar. Esperar a Godot. El responsable, por lo tanto, debe de ser Godot, que nunca llega. Rechazar la violencia es algo improcedente, que ni siquiera puede plantearse. Lo procedente, urgente y necesario es que Godot, por fin, de una dichosa vez aparezca en escena y nos ponga una mesa como es debido debajo del gran árbol de los vascos. Esperar puede ser desesperante, sí, pero también muy útil a la hora de derivar responsabilidades. La raíz del problema siempre está en otra parte, debajo de otro árbol.
Pero todo se agota y se desgasta. Vladimir y Estragón también se cansan de esperar a Godot y, sobre todo, de aguantarse a sí mismos igual que dos payasos mal avenidos. Hasta la cuerda que podía servirles para ahorcarse (el árbol ya lo tienen) se ha enmohecido y no sirve de nada, para nada. Sin embargo, no hay más remedio que seguir esperando aunque de nada sirva. Igual que las pistolas oxidadas (lo recordaba Miguel Ángel Aguilar con tino) por la Historia y el ácido bórico. Las herrumbrosas lanzas, las armas cada vez más obsoletas. Las palabras cada vez más gastadas son, a pesar de todo, todo lo que tenemos. ¿Qué esperamos? ¿Y a qué espera el PP? Lo ha dicho claro Acebes: a nadie, a nada, nunca. No reconocerán en su partido (se supone, por ahora, que su partido es él) ningún posible acuerdo sobre nada que pudiera tomarse en ningún lado, o sea, en mesa alguna. A veces, pensar en el Godot al que espera el PP (Vladimir y Estragón, Acebes y Zaplana divagando sobre el ácido bórico) da miedo.
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