Ridruejo y los demás
Aún
Recuperar la memoria histórica puede ser saludable para evitar el retorno de lo reprimido, siempre que incluya la de quienes se apearon de un furioso tren en marcha en cuanto se olieron su descarrilamiento
Todavía colea el asunto Günter Grass en la prensa, un asunto que ahora mismo propicia cruces de cartas a propósito de la trayectoria de Dionisio Ridruejo, falangista arrepentido que trató de fundar después un partido socialdemócrata. Se le exculpa porque reconoció su pasado y modificó su presente, cuando el problema real consiste en que no tenía precisamente quince años cuando se juntó a esa pandilla de señoritos buscabullas capitaneados por José Antonio, tan ansioso por lavar la triste memoria de su padre. ¿O es que la prosa del Fundador y sus apelaciones al "laconismo militar de nuestro estilo" auguraban algo bueno? Ocupar puestos de responsabilidad en la Falange, y con más razón si era en tiempos de la República, era una muy turbia decisión. Y, que se sepa, Ridruejo rompió más con el pragmatismo sin límites de Franco que con el redentorismo de cachiporra de su héroe.
Quién sabe dónde
El Probo Koala es un barco de construcción coreana, bandera panameña y armador griego que llevaba un flete alquilado por una empresa inglesa con cuartel general en Suiza y domicilio fiscal en Holanda que el otro día se acercó hasta Costa de Marfil para verter allí toda su porquería, ya que no está de recibo deshacerse de esa mierda en Suiza, Holanda, Inglaterra o Grecia, y ahí está el África negra para recibirlos como una más de las plagas que azotan la región. Ay, del Probo Koala. Muertos, heridos, miles de personas hospitalizadas y un desastre ecológico de muchos quilates en una costa bellísima que tardará muchos años en volver a ser lo que era. El desastre lo pagarán los de siempre, carpinteros de ribera, pescadores, poblaciones marineras. Y aquí paz y después mierda.
El oleaje de la moda
La verdad es que algunas fotografías de la bodega de Frank Gehry en La Rioja parecen recoger el desplome en oleadas del Guggenheim bilbaíno, hasta tal punto el estilo se convierte en manierismo y la marca personal en reiteración. El maestro dice en una entrevista que hace algunos años a nadie le importaba la arquitectura, mientras que ahora se habría democratizado la sensibilidad arquitectónica y casi todos saben apreciarla. Será por eso que los edificios que asfixian a la Ciudad de las Artes y de las Ciencias son tan singulares. ¿Vale para algo ir contra la moda? Todavía recuerdo a los líderes socialistas de los 80 arracimados en la contrabarrera de los toros con el purazo en la boca y tan divertidos ante el martirio de un pobre animal, aunque poco después les dio por coleccionar arte y luego por las aficiones marineras de las tímidas regatas.
Szasz y no volverás
Releyendo el librito de Thomas Szasz sobre nuestro derecho a las drogas (Anagrama, 1993), que tanto predicamento obtuvo en Fernando Savater y Antonio Escohotado, tanto monta, monta tanto, sorprende encontrarse con afirmaciones tan tajantes como que el Gobierno, o sea, el Estado, no es quien para obligar a que en los productos a la venta figure información veraz sobre sus ingredientes, ya que eso atenta contra el derecho del ciudadano a ingerir una sustancia de composición desconocida, si así lo quiere. Y viene a continuación el famoso argumento de que los accidentes de tráfico no aconsejan prohibir la circulación rodada. Lo digo porque por aquí resoplan de nuevo los alaridos de quienes dicen defender los derechos de los individuos frente a los de la tribu. La tribu es la sociedad, ese conjunto de ciudadanos que sufraga con sus impuestos la red de carreteras, la fabricación de automóviles, las universidades, el alcantarillado, el sueldo de los políticos y la sanidad pública. Por ejemplo.
El acoso escolar
Es probable que ahora mismo exista menos acoso escolar que en otros tiempos, sobre todo en las ciudades grandes y sus arrabales, porque hay menos miseria en general y una menor presencia de motivos ideológicos mal asumidos para insultar al otro por razones apenas entendidas de pertenencia, pero es posible que el acoso, o sus rudimentos más primarios, no sea cosa distinta al aprendizaje o a la asunción de la maldad cuando se está a cubierto, bien sea por el chantaje emocional o por la insinuación del recurso a la fuerza, una posibilidad siempre latente (los pequeños de un mismo curso son tan distintos en su complexión física y adquieren tanto provecho de ello) pero a la que no siempre es preciso llegar, porque basta con sugerir que no jugaré contigo en el patio o con ponerse a llorar por la conducta de los otros para que la función del acoso, que es sobre todo un sentimiento perverso, anide con cierta probabilidad de éxito en las mentes que se consideran infantiles sólo por la edad.
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