Barajas
El pasado 7 de septiembre arribé a la nueva terminal del aeropuerto de Barajas en vuelo de Egypt-Air procedente de El Cairo. Soy minusválido, con insuficiencia respiratoria severa, y llegué muy fatigado del viaje. Me dirigí al servicio de atención al cliente más próximo (de Iberia) solicitando una silla de ruedas (pude constatar la existencia de varias en ese servicio). Cuál fue mi sorpresa al serme denegada, ya que, según me indicaron, debía haberla solicitado en origen, o en las instalaciones de EgyptAir en el propio aeropuerto, que dicho sea de paso estaban a una más que considerable distancia. En el siguiente servicio de información (de Aena esta vez) obtuve idéntica repuesta: había que solicitarla con antelación o en nuestra compañía. Desistí de perder más tiempo y tuve que caminar hasta la recogida de equipajes. Para más escarnio, en esa sala había a la vista una silla de ruedas estacionada, que el jefe de nuestro grupo ya había reclamado pensando en mi persona, y recibiendo también la negativa por respuesta. Contrasta esta situación con la del aeropuerto de El Cairo, donde nada más traspasar la puerta pusieron a mi disposición una silla que me dejó en la mismísima puerta de embarque. Ante esto me pregunto, ¿cuál es el país moderno y avanzado y cuál el perteneciente al Tercer Mundo?, ¿cómo puede entenderse que la terminal de Barajas, tan nueva y avanzada tecnológicamente (y una barrera arquitectónica toda ella), sea una verdadera trampa para todo un colectivo de ciudadanos, y que tenga una reglamentación tan absurda que no contempla siquiera el caso de incidentes poco previsibles como un desfallecimiento momentáneo o caída de una persona mayor? Increíble.
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