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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Diego Muñoz, periodista

Especializado en cultura y espectáculos, trabajó en EL PAÍS

La muerte por cáncer a los 49 años de Diego Muñoz cierra una carrera modélica en coherencia personal, cívica y laboral. En todas esas facetas puso Diego una pasión y una entereza inolvidables para quienes le conocimos. Su trayectoria profesional es inseparable de La Vanguardia, donde comenzó y ha finalizado, tras pasar por la primerísima etapa de El Mundo y por EL PAÍS a principios de los noventa. Su capacidad de trabajo era de portento, y no le arredraba fajarse con varias entrevistas o crónicas al día, sobre todo si era en la vorágine de un festival de cine: conocía a todo bicho que hiciera algo, incluso bulto, en un rodaje. Fui su redactor jefe en El Mundo y luego su compañero en la sección de Cultura y Espectáculos de EL PAÍS, y nunca dejó de boquiabrirme aquel talento para sintetizar los peores magmas informativos.

En El Mundo me asombró, recuerdo, un reportaje biográfico que hizo con Jorge Barriuso sobre el dúo madrileño de la movida, los Costus, una escritura ejemplar en cuanto a datos y consciencia de que aquella historia trágica expresaba una época; también, el aguante con que creó a bote pronto la necrológica de la actriz Inma de Santis, amiga suya, cuyo fallecimiento en accidente supimos a la peor hora periodística; y asimismo queda para los anales el reportaje en Barcelona sobre la muerte de Jaime Gil de Biedma, cuando el sida era (aún más que ahora) un tabú, y Diego supo averiguarlo todo y contar públicamente sólo lo que procedía, pese a las presiones para que se regodeara el sensacionalismo. Son tres recuerdos, ahora lo veo, ligados a la muerte, pero es que Diego siempre tuvo muy presente que al final de la película sucumbe el bueno. La enfermedad (el corazón y el cáncer) le tuvieron los últimos años en jaque, y él reaccionó con realismo: los miró de frente y siguió trabajando y soñando con el cine. Su cuerpo no será objeto fúnebre: se había preocupado de donarlo a la ciencia.

En EL PAÍS compartimos la ilusión de entrar juntos en Cultura y Espectáculos y juntos hicimos algunas barrabasadas: dimos la primera batalla periodística para que la eñe no fuera aniquilada informáticamente, y con los años, cuando nos encontrábamos, nos hemos ido riendo por todo lo que aquel reportaje acarreó, desde camisetas al logotipo del Instituto Cervantes.

Con Diego siempre había risa e ironía. Nunca se me olvidará su voz aterciopelada y guasona, que en los festivales se prolongaba hasta la madrugada (quiero decir la siguiente madrugada), escanciando comentarios radicales, de un anarquismo comprometido con la vida, el placer, el afecto.

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