Cicatrizar la herida
A Pedro Maestre no le gusta que lo incluyan en la Generación X. Que lo identifiquen con una tendencia estética y narrativa determinada; para más señas, la que constituyen José Ángel Mañas, Ray Loriga, Félix Romero, Juan Bonilla, Francisco Casavella, entre otros. Este grupo resumió en sus libros una atmósfera moral y unas líneas formales de composición novelística. La sociología hizo el resto, y el mercado editorial no fue ajeno a esta operación. En este contexto hay que leer el papel que jugó Maestre, que no fue poca cosa obtener el Nadal de 1996 con Matando dinosaurios con tirachinas. Hacía dos años, Mañas, en el mismo premio, había quedado finalista con la carismática Historias del Kronen. Era evidente que se estaba embarcado en la búsqueda de una celebridad, se convino que los tiempos daban para justificar una tendencia que no aportaba nada a la novelística pero que tenía maneras airadas, informalidad estética, mucho desgaste anímico y un futuro poco claro. Han pasado diez años desde el Nadal. En medio, dos obras en la estela del que lo consagró como revelación.
EL LIBRO QUE SANDRA GAVRILICH QUERÍA QUE LE ESCRIBIERA
Pedro Maestre
Lengua de Trapo
Madrid, 2006
341 páginas. 19,80 euros
Maestre, con El libro que Sandra Gavrilich quería que le escribiera, vuelve a la novela de generación. Como si la misma que sobrevivió en Matando dinosaurios con tirachinas persistiera diez años más tarde, entregada a esa empecinada e inútil madurez para la autodestrucción. La nueva novela está narrada desde la perspectiva de Carlos, ganador de un Nadal, que lleva años escribiendo un libro sobre la locura, y que ahora tiene que apechugar con un amor terminal. La obra que leemos es la que está escribiendo Carlos, una novela que debería ayudar a cicatrizar la herida que le supuso su convivencia con Sandra. Al fondo de esta historia atormentada está la figura de un amor antiguo de Carlos, Olga, que pende sobre su existencia como el último cabo al que asirse.
He hablado de generación.
Utilizo el concepto como lo usó Scott Fitzgerald. No creo que a Maestre le moleste. Incluso me atrevería a pensar que su novela tiene mucho de la atmósfera suicida de Los bellos y los malditos del norteamericano, que escribió hermosos libros hablando de sí mismo y de amores torturados. Maestre también habla de sí mismo, aunque él quiera escribir una novela sobre algunas enfermedades morales de nuestro tiempo. La droga, el alcohol, la existencia sin rumbo, la escritura como salvavidas, todo ello impregna la novela de Maestre. Creo que el lector leerá con interés este libro. Hallará en él un intento de superar cierto costumbrismo mediante una punzante dramatización de los caracteres humanos. Hay olfato generacional y psicológico. Pero le falta el vuelo de la escritura. Intuye que una historia como la suya (recuerde el lector Tierna es la noche, de Fitzgerald) necesita la jerarquía de la prosa justa. Pero no lo consigue. Debió, probablemente, enfocar el relato desde la perspectiva de alguien no tan comprometido con el infierno que narra. El lirismo de buena ley exige distancia. Maestre lo intentó desde el infierno mismo.
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