Cara de hielo
Emociones fuertes el miércoles por la noche. Otra vez la sombra del día 11 cubre los telediarios; Cuatro sobreimprimía lo que pasaba en Nueva York mientras contaba lo que sucedía en casa. Producía una extraña sensación ese don de la ubicuidad televisiva, como si el sueño y la pesadilla fueran partes de la misma realidad y se estuvieran contando al mismo tiempo.
En medio de la esquizofrenia que vive el mundo, hubo en esa noche por la que parecía asomarse la tragedia una imagen que se quedó como un postre en la retina: en La 2 el rostro de Tony Blair esculpido en hielo y expuesto, como aviso a los que toleran la agresión al clima, en la plaza de Trafalgar, en Londres. Detenida allí, y efímera, esa cara de hielo era también un símbolo de lo que se derrite, de lo que se diluye. Esta vez, además, el hielo parece el síntoma de una denuncia política. La tercera vía en los carriles del hielo.
Hubo un momento de otra emoción, el homenaje que La 2 le ofreció al cineasta y escritor argentino Eduardo Mignogna, recientemente fallecido. A este poeta interior le hubiera fascinado una coincidencia: al comienzo de la película que se emitió para conmemorar su arte (Cleopatra, un alegato contra la vanidad y contra el vacío, y contra la tele) aparece Héctor Alterio, un parado argentino, echado sobre su cama, mientras su mujer (Norma Aleandro, qué actriz, qué actores) regresa de la agresión de la calle; el hombre padece la angustia del desempleo, y distrae la nada con la tele, y en ese momento mira un partido de fútbol, presumiblemente de la selección argentina. Le dimos al dial, y en La Primera en ese preciso instante en que Alterio escucha lo que pasa en el fútbol de ficción el fútbol de la realidad está transmitiendo el empate argentino frente a España en Murcia. La realidad siempre es doble, y la tele la sirve en casa también cuando ponen películas, mientras se derrite, en Londres, en cualquier parte, la notable impostura de las caras de hielo.
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