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Columna
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Xenófobo se escribe con h

La realidad y el deseo, el clavel y la espada, la destrucción o el amor, la suerte o la muerte... Juan Urbano no es ni Luis Cernuda, ni Rafael Alberti, ni Vicente Aleixandre, ni Gerardo Diego, sino un ciudadano normal, filósofo, enamorado y del Real Madrid, que nunca ha escrito un poema pero, como cualquier devoto de Sócrates y Nietzsche, también es adicto a la paradoja. Y resulta que esta mañana, nada más salir de la casa de su amor capicúa y en cuanto se sentó en una cafetería de la plaza de la Ópera a desayunar y leer los periódicos, sintió que mientras en su corazón seguían saltando hermosos delfines azules, sus ojos se llenaban de tiburones amarillos, y no tuvo más remedio que entregarse justo a eso, a la paradoja.

Leyó primero las reacciones que algunos políticos locales del PP habían tenido ante la nada, que es en lo que parecía que iba a quedar la noticia de la posible candidatura de José Bono a la alcaldía de Madrid, al frente de las listas del PSOE, y tanta furia le pareció incongruente, si la comparaba con la paz casi narcótica que él sentía. Y después le dio un vistazo a las ya tradicionales declaraciones xenófobas del concejal de Seguridad, de cuyo nombre prefería ni acordarse, en las que de nuevo vinculaba inmigración y delincuencia, con el clásico argumento de que la política del Gobierno central produce "un efecto llamada entre los extranjeros, lo que se ha traducido en un aumento de la violencia en la capital". Qué barbaridad de expresión, esa del efecto llamada, que parece más propia para referirse a animales que a personas. ¿Qué serán los inmigrantes para el presunto concejal racista: seres humanos, ganado o tal vez algo intermedio?

En cuanto a lo de Bono, el secretario de Comunicación de los conservadores en la capital lo llamaba "mentiroso, trilero y tramposo", y afirmaba que "la más sonada" de todas sus hazañas fue la de "tratar de meter en la cárcel a un fontanero jubilado y a un ama de casa inocente por el mero hecho de asistir a una manifestación que no convenía al Gobierno de Rodríguez Zapatero". Se refería, claro, a los dos militantes de su partido que fueron interrogados por agredir a Bono, o al menos por intentarlo, en una manifestación contra el terrorismo, convocada por algunas de las filiales del PP, y Juan Urbano se preguntó si al supuesto presunto le parecerían igual de honrados y respetables los ciudadanos que un par de días antes, en Mataró, habían zarandeado y tirado huevos y monedas a Acebes y Piqué. "Me parece que aquí convendría", reflexionó, "recordar precisamente a Nietzsche, que decía que hay espíritus que enturbian las aguas para hacerlas parecer profundas, pero añadiéndole: o para que no se vea lo que hay en el fondo".

En cualquier caso, como Juan se movía en la perplejidad del hombre feliz a quien le parece rara la amargura, en lugar de entregarse, como otras veces, al mal humor, decidió tomárselo a broma y pensó. "Bueno, en realidad es mucho mejor que no se presente Bono a alcalde, porque si lo hubiera hecho corríamos el peligro de que las elecciones quedasen empate a cero, con tanto pescar Ruiz-Gallardón votos en la izquierda y Bono en la derecha, los dos disfrazados del contrario, uno desobedeciendo la desobediencia que le pedía su partido al casar a parejas homosexuales, y el otro todo el día en misa y repicando... Menudo lío".

Sólo logró ponerlo un poco furioso lo del concejal de Seguridad, que en el asunto de la inmigración había hecho el papel de malo mientras el consejero de Empleo y Mujer de la Comunidad, que hace poco declaró que "si Madrid mantiene el ritmo de crecimiento económico actual, necesitará incorporar a su mercado laboral, de aquí a 2010, a medio millón de personas más, que en su mayoría serán inmigrantes", hacía de bueno en esto y de malo en lo de Bono, pues él es quien lo llama "trilero, mentiroso, tramposo" y otras zaplanadas. "O sea, que esto es puro teatro", se dijo Juan, mientras regresaba a casa de su chica a por otra dosis de arco iris, "y cada uno interpreta el papel que le toca en la representación". Y se le vino a la cabeza la palabra hipocresía, tan llena de luces retóricas y banderas intercambiables; y tuvo la certeza de que eran más falsas las declaraciones de esa gente a favor de la inmigración que las que decían en contra, siempre tan reaccionarias y tan repetidas por diferentes líderes del mismo partido a quienes el odio por el rival volvía transparentes. Qué mala ortografía la de esos cargos públicos para los que "política" se escribe con hache de "hipocresía".

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