Habrá que esperar
A siete meses de las elecciones municipales no hay muchas dudas sobre la posición que mantiene el PP en su estrategia electoral. Las manifestaciones de Zaplana y Acebes intentando crear un cerco de infamia, en torno al Gobierno de la nación y a cuantos se aproximen al grupo socialista, para provocar un cambio de gobierno es una realidad. Poco importa, si es que alguna vez importó, que este cerco ponga en tela de juicio el sistema democrático. Y es, precisamente, este desprecio hacia el sistema lo que hace decir a muchos que, dentro de la derecha española, se están dando posicionamientos extremos que enlazan más con el autoritarismo que con una concepción democrática del Estado.
Es verdad, a nadie se le escapa, que estos posicionamientos están abriendo grietas en el grupo popular hasta el punto que empiezan a oírse voces que, aún pareciendo aisladas, su coincidencia en el tiempo hace que puedan responder a una maniobra dirigida a hacer creíble una oposición de centro que dé estabilidad a las instituciones. Es una forma de hacer ver a la inmensa mayoría de los ciudadanos que se confía en el sistema; que se rechazan todos los radicalismos que pongan en duda el Estado de Derecho. En este sentido entiendo las manifestaciones que ha hecho Manuel Fraga, cuando a la pregunta de una periodista sobre si se atrevía a dar un par de calificativos de Zaplana, Acebes y Gallardón, contesta que: "a Gallardón le colocaría en primer lugar, por muchas razones. Tiene mucho que ver con el futuro del partido" (EL PAÍS, 8 de octubre). También las declaraciones de Gallardón ese mismo domingo -diario Abc- cuando afirma que: "los dogmáticos de la extrema derecha aspiran a nuestra esclavitud ideológica", o la forma que han concluido los mítines esta semana, destacando Mariano Rajoy la solvencia del sistema judicial.
En el fondo, estas manifestaciones están dirigidas a mostrar confianza en las instituciones. Son mensajes encaminados al electorado. A conseguir la máxima identificación con posicionamientos de centro. Es una postura inteligente e imprescindible si se quiere intentar ganar las elecciones. También, por qué no decirlo, para desmarcarse de aquéllos que, por ansias de poder, hacen temblar el sistema democrático.
En esta dirección parece que quiere Javier Arenas que se le enmarque. Así se desprende de sus manifestaciones en la Convención que el PP-A ha celebrado en Málaga. Sabe, mejor que nadie, que es la única vía por la que su aspiración a la presidencia de la Junta puede tener alguna credibilidad. Sin embargo, al día de hoy, no tengo por qué pensar que sus manifestaciones no son más que humo para tapar su apego a las corrientes más fuertes que, en cada momento, imperan en el Partido Popular. Su apuesta por Andalucía suena ahora con los mismos tintes que cuando el gobierno de Aznar, del que formaba parte, regaló a esta Comunidad el decretazo. Su afirmación que: "democracia es alternancia" -nadie lo duda- es incompleta. Olvida la condición: "siempre que los ciudadanos voten". No es alternancia sin la voluntad popular. Si fuera así, no podría presentarse a las elecciones. Los andaluces le han dicho tantas veces "no" como se ha presentado.
En cualquier caso, no quisiera, y más a la vista de su nuevo talante respecto del Estatuto de Andalucía y su aparente buena disposición, desconocer que, en esta ocasión y en estos momentos, hay un cambio y empieza a mirar formalmente posicionamientos de centro. Si es así, bienvenido sea todo lo que no mine el sistema democrático, genere confianza en las instituciones y camine de la mano de éstas. Habrá que aguardar a sus actos. No sea que, al igual que en otras ocasiones, cambie el discurso y sus manifestaciones sean las mismas que, desde hace años, viene regalando y cantando cada vez que pisa Andalucía. Y a estas alturas, que son veinte años oyendo más de lo mismo y haciendo lo contrario, no pueden calar en una sociedad que sabe diferenciar entre lo que es sincero y lo que no y, sobre todo, entre quiénes confían en las instituciones y quiénes las estremecen. Habrá que esperar.
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