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Columna
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La oxidación de los metales

Continúan los ejercicios de prestidigitación periodística en medio de la admiración embobada del público que llena la sala, acude a los quioscos y sintoniza las emisoras de radio y los canales de televisión. Pero, ahora que tanto la inteligencia abstracta como la emocional han encontrado su adecuada correlación bioquímica, conviene proceder de modo que no decaiga el espectáculo, atendiendo a la consigna irrenunciable de "queremos saber", siempre en línea con los esfuerzos de los nuevos Presupuestos Generales del Estado respecto al capítulo del I+D+i (Investigación, Desarrollo e Innovación) de absoluta necesidad para mantenernos competitivos en un mundo globalizado y que habían quedado durante décadas en el más lamentable de los abandonos.

Dice, por ejemplo, nuestro amable químico de cabecera, Emilio Iglesias Delgado, que "el ácido bórico si penetra en el cuerpo provoca náuseas, pero si penetra en la vida política provoca, al parecer, alucinaciones". Asegura, además, que el ácido bórico es un ácido débil, que se vende libremente en las farmacias, que sirve para las vaginitis pero también para controlar la velocidad de fusión del uranio en las centrales nucleares y que su fórmula es H3BO3. En definitiva, recomienda a quien lo tenga en casa que proceda a deshacerse de los discos de la Orquesta Mondragón, a eliminar hasta el último resto de pacharán, a cambiar de furgoneta y a abandonar el país procurando no llamar la atención de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que controlan las fronteras.

Cuando tantas esperanzas tenía depositadas la ciudadanía en quienes han tomado sobre sí la pesada carga de dar respuesta al "queremos saber" sobre el 11-M, observamos cómo, sin previo aviso, desaparecen de las primeras páginas del diario que nos alumbra en la noche todas las figuritas del cuidadoso belén compuesto con paciencia durante dos años, a base de Trashorras, Zouhier, la mafia asturiana de la dinamita, Manolón, la Kangoo, los 327 jubilados del TEDAX, el ácido bórico, el diputado de UPN en funciones de reporter Tribulete, Jaime Ignacio del Burgo, el castillo de Herodes y los Reyes Magos de Oriente, para dejar sólo, como quedó el Joven caballero en un paisaje de Vittore Carpaccio, al juez Campeador. Baltasar Garzón queda, así, convertido, por arte de birlibirloque, en la suma de todas las prevaricaciones imaginables, sin mezcla de bien alguno. Por eso, cunde el interrogante de a qué presiones habrán acabado sucumbiendo nuestros valedores cívicos o qué dádivas habrán terminado aceptando para desertar de su insustituible función.

Mientras, sobre el desistimiento del empleo de las armas, que se espera de los etarras todavía en el aprisco de la banda terrorista -partir del momento del que llamaron con sonoridad militar alto el fuego-, apenas llegan noticias. Prevalecen los ruidos ambientales, caracterizados por los nuevos episodios de la kale borroka y los altibajos en la cotización de los agentes que se presumían interlocutores autorizados para ordenar el último rompan filas de los efectivos disponibles en formación. Ahora, la esperanza más sólida se basa en el proceso de oxidación de los metales. Algunos cubanos declaraban su admiración por la banda etarra porque "iban siempre con el hierro [la pistola] por delante". Pero el hierro, al fin metal, está también sometido a la erosión inhabilitadora. Esperemos que las armas de los terroristas acaben "tomadas de orín y llenas de moho", como aquellas que don Quijote quiso recuperar de sus bisabuelos, que pronto tengan la condición de herrumbrosas lanzas por utilizar el título de Juan Benet.

Reconozcamos que tal vez pueden sumarse otras mejoras ambientales, aquí y en el área internacional, y que se habría producido un sólido progreso moral si, como dijo el lehendakari hace unos meses, entre los vascos se hubiera instalado la tolerancia cero al asesinato con pretensiones de argumento político. Pero, todavía, debe atenderse al poeta Luis García Montero, quien en su último libro, El envés de los mitos (Tusquets Editores. Barcelona 2006), describe "el óxido de sus nostalgias y de sus utopías". Y de otras de tantos otros, en nombre de las cuales se ha vertido tanta sangre. Basta.

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