Incierta China
Al tiempo que la economía sigue creciendo a un ritmo vertiginoso, se están produciendo en los últimos meses en China graves retrocesos en los derechos humanos, como vienen denunciando organizaciones humanitarias internacionales. Todo ello coincide con una purga, que aún no ha concluido, de altos cargos provinciales y municipales acusados de corrupción. La más reciente y destacada ha sido la del secretario del Partido Comunista de Shanghai, la capital financiera, y miembro del Politburó, Chen Liangyu. Son señales de unos tiempos inciertos a poco menos de dos años de la celebración de los Juegos Olímpicos de verano en Pekín. Su designación como sede fue presentada por sus promotores chinos como una ocasión para estimular las democratización del inmenso país.
Sin embargo, los síntomas van en sentido contrario a esas esperanzas. Así se deduce de la proliferación de casos de violaciones de derechos humanos denunciados por organizaciones internacionales, de las restricciones al uso de Internet y a la libertad de información de las agencias extranjeras. E incluso la propia coyuntura preolímpica ha dado motivo a operaciones expeditivas de desplazamientos de población e internamiento de vagabundos y mendigos en campos de reeducación, a la vieja usanza. Todo ello refleja las debilidades de un régimen de partido único y las contradicciones de un sistema con un grave desfase entre el desarrollo económico y el político.
La destitución del líder del partido en Shanghai es debido a un caso de nepotismo y desvío de cientos de millones de yuanes del fondo municipal de pensiones para invertirlos ilegalmente en el sector inmobiliario.Aun cuando sea lógica y justa la destitución de Chen, el episodio permite también una lectura en clave de lucha dentro del partido entre quienes defienden la necesidad de atenuar los graves desequilibrios de riqueza regionales y los que, por el contrario, sostienen la validez de esa fórmula a toda costa, que ha beneficiado sobremanera a las provincias meridionales de Shanghai y Cantón.
La primera la abandera Hu Jintao, presidente y líder del partido, junto a su primer ministro, Wen Jiabao; la segunda, los seguidores del ex presidente Jiang Zemin. La batalla no está ni mucho menos resuelta pese a que las primeras señales apuntan a que el probable vencedor será Hu, que quiere llegar al congreso del partido, a finales del próximo año, con la capacidad suficiente para colocar a sus hombres de confianza en el Politburó. Pero nada excluye que el guión se tuerza en algún momento, porque la historia enseña que en el Imperio del Medio todo es posible.
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