Aquel día memorable
HAY FECHAS en la historia de las ciudades que merecen ser recordadas con unánime devoción porque en ellas se fundieron sentimientos que apenas pueden aflorar en la rutina cotidiana. Una de esas fechas es el 11 de marzo de 2003, en Madrid, cuando todos los que vivimos en esta ciudad comenzamos la tarea diaria sumergidos en la pesadumbre por los terribles atentados de aquella mañana. Luego, de inmediato, la ciudad dio lo mejor de sí: cientos, miles de personas, modificaron sus horarios, echaron horas extras, donaron sangre, colaboraron en el transporte de heridos, acondicionaron espacios para atender a quienes ingresaban en los hospitales. La ciudad se llenó de silencio que, en lugar de originar un caos y multiplicar los efectos buscados por los terroristas, potenció la eficiencia y permitió que jóvenes y jubilados, médicos y personal sanitario, taxistas y policías, servicios de urgencia y autoridades municipales, ofrecieran un impagable ejemplo de civismo y solidaridad.
Era el 11 de marzo de 2003 un día para el recuerdo sobre el que ha caído un periódico, El Mundo, empeñado en propalar relatos de fantásticas conspiraciones elaborados por delincuentes dispuestos a contarnos, si les pagan, la guerra civil; una emisora de radio, propiedad de la Conferencia Episcopal, experta en el insulto y la injuria; unos policías sedicentemente científicos, autores de un par de folios que les habrían valido el despido como vigilantes de tercera categoría; unos políticos a los que el rencor ha dejado indelebles marcas en el rostro, y unos dirigentes de víctimas de otro terrorismo que no saben ya qué consignas balbucear ni qué camisas vestir para llamar a la rebelión.
Entre todos han ido amontonando basura sobre una de las memorables jornadas de la villa de Madrid. Fueron primero las consignas emitidas por el ministro del Interior y los servicios diplomáticos del Exterior en el sentido de que había que atribuir la comisión de los atentados a ETA. Vino más tarde la denuncia de una conspiración en la que habrían participado las policías de Francia, España y Marruecos, más los terroristas de ETA, más ciertos dirigentes del PSOE. Ahora lo que se propala es que alguien ha manipulado un informe de la policía científica que establecía la vinculación de ETA con los islamistas. Y que esa manipulación exige seguir investigando. Queremos saber más, repiten hasta la hartura los dirigentes del PP, ministros de un Gobierno bajo cuya mirada se cometieron los atentados y se suicidaron los terroristas.
Manipulación ¿de qué informe? Porque si toda la prueba que unos policías han esgrimido para fantasear sobre la vinculación de ETA con los islamistas es que en la guarida de éstos apareció un bote de ácido bórico similar a otro hallado hace cuatro años en la guarida de aquéllos; si eso es todo lo que la policía científica española ha descubierto para fundamentar un vínculo entre etarras e islamistas, aviados estamos con nuestra policía, con nuestra ciencia y con nuestra España. De verdad, si hay algo irritante en este caso, es que el Horatio que recibió los dos folios del trío de subordinados no les echara una de sus penetrantes miradas y les impusiera la tortura de contemplar doce horas seguidas durante un año todos los episodios de todas las series de policías científicas que pululan por televisión.
Es desolador que todo este enredo en el que se encuentra empantanada la política española, con jueces a la greña y políticos y periodistas arrojándose su habitual sarta de piropos, no pase de ser una tomadura de pelo. No sabía bien el jefe de los científicos que, al rectificar los términos del supuesto informe, echaba verdadera carnaza a todos los pescadores en río revuelto. Y ahí están, machacando una y otra vez hasta que la gente olvide el impresentable texto origen del barullo y centre su atención en una supuesta manipulación que, siguiendo la lógica de nuestros brillantes policías científicos, sólo podría explicarse por un intento de ocultación.
Y ya tenemos a Rajoy y a toda la ristra clamando contra la ocultación. Es el mundo al revés: los que tendrían que dar explicaciones, Rajoy, Acebes, Zaplana, quieren saber más: se ve que en el momento de la verdad estaban en babia y todavía no se han enterado de que los autores del crimen fueron terroristas islámicos y que esta gente se basta y se sobra para matar y matarse, sin necesidad de vinculación alguna con nadie. Deberían pararse un momento, pedir a los ciudadanos excusas por su monumental error al atribuir a ETA el atentado, rendir homenaje a la memoria de los muertos y dejar de sembrar de sal el recuerdo de aquel día, por tantas razones inolvidable, de la historia de Madrid.
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