La huerta de Alboraia
El autor cuestiona los criterios que permiten reconvertir el paisaje cultivado del municipio al sur del barranco del Carraixet, hasta ahora protegido, en suelo urbanizable
Transformadas por el trabajo humano a lo largo de milenios, nuestras huertas litorales están pasando de ser una diosa de la fertilidad a un residuo. Residuo en el doble sentido: escasas por arrasamiento y despreciadas porque las tratamos como si no tuvieran valor alguno (por poner un ejemplo, de la de Alicante no queda nada). Han sido, sin embargo, un recurso vital y han constituido un paisaje. En los parajes donde subsisten y no se han visto invadidas por contenedores, cementerios de desechos, factorías o adosados, aun son un territorio triplemente interesante: recurso productivo, pulmón verde y belleza asequible.
La obstinación en convertirlas en historia arqueológica es persistente. Uno de sus más recientes avatares es el propósito del Ayuntamiento de Alboraia de proceder a una reclasificación decisiva del territorio de huerta que se mantiene en producción. En primera línea de su franja costera existe un tramo que ocupan, inapropiadamente, unas importantes empresas comerciales, terrenos que pasarían a ser suelo residencial, mientras ellas los venderían y se trasladarían a la conocida como partida de Vera, una de las zonas de la huerta situada al sur del término y del barranco del Carraixet. ¿Quién gana con todo ello?
Las familias que cultivan la huerta de Vera viven razonablemente bien de su explotación agraria
La otra cara del asunto es que la totalidad de la huerta sur del término, hoy por hoy no urbanizable y protegida, se desprotegería, la de Vera para directamente ser edificada y el resto para constituirse en reserva de suelo urbano aunque continúe todavía como no urbanizable (el Concierto Previo que pretende plasmar los criterios para redactar el nuevo Plan General de Alboraia lo argumenta con esta frase sibilina: "El suelo de huerta situado al sur del Carraixet representa el único potencial para el desarrollo del municipio en un horizonte más lejano y debe ser considerado como una unidad en su conjunto..."). Esa propuesta de desprotección de la huerta al sur del Carraixet la tratan de "colar" declarando Paisaje Protegido la situada al norte del barranco, y proponiendo el establecimiento de un régimen de cesiones obligatorias al erario público de parcelas de ese suelo por parte de quien quisiera construir en el sur. Se trata de una pirueta inspirada por la nueva Ley Urbanística Valenciana para poder seguir ejecutando desmanes territoriales a cambio de supuestas ganancias medioambientales en otros ámbitos que no tienen el mismo valor. La huerta al norte del Carraixet ya estaba protegida, no tiene el valor edafológico de la situada al sur ni sufre hoy por hoy su presión urbanística, con lo que a la postre todo resulta una engañifa.
¿Qué cambio se ha producido en la composición de la tierra o en la calidad territorial de la huerta sur de Alboraia, hasta ahora protegida, para merecer esa propuesta de reconversión? Nada que tenga que ver con su carácter, solo que las apetencias urbanísticas de alguien la ha colocado en su punto de mira.
Tampoco son difíciles de comprender las razones por las que se decidió su protección. La fertilidad de la huerta de Alboraia situada al sur del Carraixet es excepcional, incluso en el conjunto de la comarca. Las familias que cultivan la huerta de Vera viven razonablemente bien de su explotación agraria y, por otro lado, por el arrendamiento de tierras del sur del término se pide hasta el doble que por las situadas al norte del Carraixet, un indicio poderoso, en los tiempos que corren, de su potencialidad. Por tanto, no han mermado los valores que justifican la protección de esa huerta. Y de haberlo hecho también cabría pedir responsabilidades al Ayuntamiento por su ineficaz tutela protectora ¿O acaso la protección de hoy es simplemente la reserva especulativa del mañana?
Como paisaje, y a pesar del hostigamiento de los usos urbanos, la belleza de la huerta de Alboraia es descollante. La geometría de los cultivos, los colores de las cosechas o la delicadeza y coherencia del territorio nos han parecido siempre admirables. Ahora, además, la huerta que se contempla desde el casco urbano de Alboraia o en la entrada hacia Valencia desde Barcelona, se visualiza perfectamente desde el recién construido Bulevard norte de la ciudad. Esa vía debería conformarse como un borde, que podría ser definitivo, con la huerta, haciendo de ésta un paisaje más disfrutable para los ciudadanos de los municipios de la metrópoli y un buen ejemplo de integración factible del verde en la urbe.
La cuestión en gran medida es esa: diseñar una metrópoli que integre y preserve la huerta como razón de habitabilidad, valor ambiental y atractivo, así como atajar el crecimiento avasallador de las expansiones construidas de la segunda mitad del siglo pasado. No es fácil integrar la huerta en una metrópoli pero es el reto que nos plantea nuestra condición geográfica y cultural (como lo son conservar el parque natural de la Albufera o integrar el frente marítimo en la vida urbana).
Acabar con la huerta sur de Alboraia, como vislumbra hoy su Ayuntamiento, dada su potencia territorial, sería dar luz verde a su paulatina consumición y a la de todo el arco norte que bordea Valencia y la franja litoral de la subcomarca. La ocupación de la huerta ha sobrepasado ya todo lo razonable y el plan de Alboraia podría ser la puntilla. La cortedad de miras y la necedad reinante, más una avaricia privada siempre incansable, pueden conseguirlo. ¿Alguien en la Generalitat piensa lo contrario?
Carles Dolç es arquitecto-urbanista.
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