Cuestión de supervivencia
¿Habríamos podido tener una convivencia pacífica en España sin un Estado políticamente descentralizado? La enorme crispación política que somos capaces de generar los españoles ¿podría canalizarse a través de un Estado unitario?
Es lo que me pregunté el domingo pasado, cuando pasé por el Paseo de las Delicias de Sevilla poco antes y poco después de que se celebrara la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) contra la política del Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero para intentar poner fin a la violencia en el País Vasco. Y me lo pregunté, porque, aunque no había estado presente en la manifestación convocada hace meses por la AVT en Madrid con la misma finalidad, sí la seguí en los medios de comunicación, tanto en los días previos a su celebración como en el momento en que se celebró y en las reacciones posteriores, y no pude dejar de constatar la enorme diferencia entre aquella y ésta.
Entre la manifestación de Madrid y la de Sevilla había un abismo. No sólo por el número de manifestantes, sino sobre todo por el clima que presidió la celebración de la primera en comparación con el que dominó la segunda. La tensión, la agresividad contenida que se palpaba en la manifestación de Madrid brilló por su ausencia en la de Sevilla, a pesar de que los discursos que se pronunciaron, las pegatinas que los manifestantes adherían a su ropa y los eslóganes que se corearon fueron los mismos en ambas. La letra de la manifestación era la misma, pero la música era completamente distinta. La manifestación de Sevilla apenas incidió en la vida de la ciudad, ni en los días previos ni en el propio domingo en que se celebró. Su repercusión se limitó a las molestias para los conductores, que no fueron, por lo demás mayores, que las que ocasiona cualquiera de las carreras populares, por no decir nada de las que ocasiona el maratón el último domingo de febrero.
Dicho en pocas palabras: la manifestación de Sevilla ha sido políticamente muy poco relevante. Ha sido el simple ejercicio de un derecho constitucionalmente reconocido que no llegó a implicar nada más que a los ciudadanos que acudieron a ella y que, en consecuencia, no consiguió el objetivo de movilización de la opinión pública con la finalidad de corregir la acción del Gobierno. En contra de lo que dijo Ángel Acebes desde la misma cabecera de la manifestación, no es el Gobierno el que se ha quedado solo en su política en este terreno, sino que, si la manifestación evidenció algo, fue la soledad del PP.
La estructura descentralizada del Estado es un corrector de la crispación política. En España estamos pudiendo convivir pacíficamente porque en los diecisiete subsistemas políticos autonómicos no existe el nivel de crispación que existe en el sistema político estatal. Si así no fuera, la convivencia sería muy difícil, por no decir imposible.
Las comunidades autónomas son un factor de estabilidad de primer orden en el conjunto del sistema político español. Sin ellas estaríamos permanentemente al borde de un ataque de nervios político. El hecho de que los servicios públicos que más nos afectan de manera directa sean prestados por las comunidades autónomas y no por el Estado difumina de manera notable la conflictividad política que existe en el vértice del sistema. La base del sistema político español, que está constituida por la convivencia ciudadana en los subsistemas autonómicos, es bastante pacífica. Esto es lo que hace que las turbulencias en el vértice no produzcan destrozos generales en nuestro sistema de convivencia. Producen desasosiego y generan intranquilidad, pero la sangre no llega al río.
La organización descentralizada del poder es una cuestión de supervivencia. El Estado autonómico no ha sido solamente el Estado más legítimo y eficaz que hemos tenido en toda nuestra historia, sino además el que ha sabido difuminar mejor la conflictividad política en España. Con la experiencia de guerras civiles que hemos tenido, no es poca cosa.
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