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Columna
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Falsificadores

No sé de qué se queja tanto Pedro J. por unas falsificaciones documentales de nada. ¿Acaso no sabe que en este mundo traidor y globalizado todo está falsificado desde hace ya mucho tiempo? Son falsas las democracias, las guerras y la televisión; falsos los famosos, los periodistas, los concejales de urbanismo, las pasarelas de moda, el presidente de EE UU y hasta el primer ministro húngaro. Eso es una obviedad tan obvia que ya aburre hasta a las ovejas. Quizá la única diferencia sea que, en este caso, para desgracia del aguerrido periodista de investigación, parece que tales falsificaciones ni siquiera lo eran, tras descubrir Garzón que los denunciantes de éstas eran a su vez falsificadores de los documentos presuntamente falsificados. Lo que, además, significa que el antiguo director general de la policía, un tal Mera, quien avisó unos días antes a Federico J. L. de la susodicha falsificación en su programa mañanero, pudo dar un testimonio falso, induciendo a Pedro J., presente en el acto, a publicar una denuncia de falsificación que ahora, ay, puede demostrarse falsa. Claro está, como aquí nadie rectifica nada desde los tiempos de Atapuerca, el incisivo Ramírez (el auténtico, no el falsificador) se vio obligado de inmediato, tras la imputación del juez, a acusar de falsedad a Garzón, quien (según El Mundo) se inventó un falso montaje, sospechosamente del agrado de los socialistas (cuya falsedad es congénita, por cierto), para criminalizar a los presuntos falsificadores denunciantes de la falsificación. Naturalmente ahora todos esperan que Pérez Rubalcaba, acusado de falsificador institucional, y el propio Garzón, demanden a El Mundo por falsedad informativa, hasta que un tribunal, antes de que termine el siglo XXI, con suerte, sentencie en firme quien falsificó qué exactamente. Realmente agotador.

Pero estén seguros de que no acabará aquí la intriga. Con toda probabilidad los ahora imputados por falsificación harán saber por boca de sus abogados que ellos en realidad no falsificaron nada (cosa que ya se está produciendo) y que donde dijeron digo, ahora dicen Diego, y que pelillos a la mar. Con lo que Pedro J. y El Mundo dirán (ya lo están diciendo) que los testimonios realizados ante Garzón lo fueron bajo presión, y que por tanto son falsos de toda falsedad, y que la verdad es lo que dicen ahora (o sea que los documentos fueron falsificados por el ministerio de Rubalcaba como muy bien ellos denunciaron en su momento). Naturalmente Federico J. L. jaleará a Zaplana para que siga preguntando por la falsificación en las Cortes y calmar así a sus desorientados oyentes manteniendo viva la intriga etarra del 11-M, mientras se aclara si durante su mandato presidencial (el de Zaplana) se falsificaron facturas a Julio Iglesias por conciertos que no hizo (o sea, falsos). Y así hasta el infinito.

Lógicamente usted tiene derecho a preguntarse cuál es la auténtica verdad de todo esto, pero lamentándolo mucho le comunico que se trata de una pregunta mal planteada. Por no decir falsa. Entre otras cosas porque, a estas alturas de la película de espías y conspiraciones en que se ha convertido este país, ¿cree usted realmente que alguien tiene la credibilidad suficiente como para convencerle de que lo que él dice no está a su vez falsificado?

En fin, que tal como están las cosas confieso que hasta yo mismo he incurrido, en cierto modo, en una presunta falsificación columnaria. Había escrito un didáctico artículo sobre las intrigas en torno a las OPA de Endesa, la retirada táctica catalana, el contraataque germano, la irrupción patriótica de Acciona de la mano de Botín, e incluso sobre los tejemanejes en la retaguardia protagonizados por Florentino, con el concurso financiero de González (Francisco, no Felipe), a la espera de que otros le agiten el árbol energético; y el caso es que me estaba gustando cómo quedaba. Pero, como le ocurrió al jefe de los peritos presuntamente falsificadores, me han parecido meras elucubraciones, tan falsas como el guiñol de Aznar perpetrando conferencias por EE UU, de manera que he decidido tacharlo todo con tipex, archivarlo, y enviar en su lugar una columna sobre los falsificadores. No creo que haya incurrido en falsificación, pero, por si acaso, guardo el documento original en mi ordenador a la espera de que todo se tranquilice. En España nunca se sabe.

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