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Baloncesto | Arranca la Liga ACB
Columna
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Cualquier tiempo pasado fue mejor

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que el Real Madrid y el Barça dominaban el baloncesto español con mano de hierro. Contaban con los mejores jugadores, se repartían los títulos y convertían la Liga en un diálogo donde no se admitían otras voces, salvo la del Joventut en contadas ocasiones. Su tiranía, apoyada en unos recursos económicos inalcanzables para el resto y la fuerza social con la que contaban, fue de tal envergadura que hubo incluso voces que abogaron por su desaparición como único camino para que se democratizase la competición, haciéndola más competitiva y accesible a otras opciones que las de dos clubes futbolísticos.

Curiosamente, ahora que han dejado de ser las fuerzas dominantes, otras tantas imploran por el restablecimiento de su salud, pues son los dos únicos equipos capaces de responder a una peligrosa tendencia. Esa que muestra que la Liga ACB ha llegado a un punto donde el aficionado se acerca a ella de forma muy local, es decir, que su interés no va más allá de lo que hagan sus equipos. Para cuestiones tan importantes como las audiencias televisivas, de las que se generan muchos recursos económicos y notoriedad pública y que no levantan cabeza, cambiar esta dinámica resulta fundamental, pues es una realidad que Madrid y Barça son los únicos capaces de aglutinar respaldos más allá de los que provoca la cercanía.

Sólo Barça y Madrid aglutinan respaldos más allá de los que provoca la cercanía geográfica

Ninguno de los dos lo tiene fácil. Por caminos diferentes han ido poco a poco perdiendo presencia, y dejar escapar un título ha pasado de excepción a costumbre. Al Barcelona, alcanzar su sueño dorado, la Euroliga, le sentó como un tiro. Al año siguiente todavía mantuvo a duras penas su liderato, pero la llegada de Joan Laporta dio paso a un periodo de confusión en los mandos que terminó por contagiarse al equipo. La estabilidad, una de las marcas de la casa, dio paso a vaivenes de todo tipo, hasta el punto de que hubo conatos de insurrección por parte de los aficionados más leales, que asistían impotentes a un deterioro que ni siquiera la llegada de Ivanovic puño de hierro ha detenido. Y no ha sido por cuestiones de gasto, pues los azulgrana se han rascado el bolsillo de lo lindo. Pero sus últimas apuestas han sido desafortunadas, por mucho renombre que tuviesen los fichajes. Para colmo, su hombre de referencia, Juan Carlos Navarro, se ha quedado a regañadientes, pues su interés estaba en Miami. Su inicio de temporada sigue la tendencia pesimista de la campaña pasada, por lo que los augurios no son muy halagueños.

Lo del Madrid se remonta mucho más lejos. En ningún momento se ha conseguido que proyecto alguno pudiese consolidarse. Ni los buenos, ni los regulares, ni los malos, que de todo ha habido. Nada ha impedido un constante cambio de entrenadores, jugadores y responsables, ni siquiera ganar una Liga. El último ejemplo es paradigmático. La apuesta Maljkovic sale bien a la primera y parecía que por fin había un buen germen para florecer. Pero al técnico serbio le entró el mal de altura y para la siguiente temporada, la pasada, desmontó de nuevo el equipo para reemplazarlo por otro peor. Resultado, un año en blanco. Para este curso y con un nuevo cambio de rumbo, se dice que la apuesta radica en españolizar el equipo. No parece mal camino, aunque a priori está todavía demasiado verde para pedirle grandes conquistas. Pero como ocurrió otras veces, el enésimo proyecto se quedará en nada si no se le da el tiempo y respaldo suficiente. Tiempo. Palabra clave que en estas dos sociedades no suele sobrar. Ahí radica su grandeza y también el origen de muchas de sus miserias actuales.

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