El mito es el que piensa
Qué fue antes, el pensamiento o el acto?, ¿los rituales o las creencias?, ¿la metafísica o la teología? Es fácil pensar que lo que hay lo hubo siempre, que lo que se piensa se pensó siempre. Averiguar los inicios, por eso, es importante. Averiguarlos hasta donde se pueda, claro, pues las líneas nunca son rectas; aquel cabo que sostenemos en la mano (llamémoslo cultura) es el resultado de muchas hebras entrecruzadas. Nada es puro, ya debíamos saberlo, si por pureza se entiende que algo permanece igual a sí mismo desde los comienzos.
La cultura griega, que forjó el
La cultura griega, que forjó el pensamiento europeo, le debe mucho a la India
pensamiento europeo, le debe mucho a la India. También le debe mucho el idealismo de los románticos. Por eso es importante ir a sus fuentes. Para ello, habremos de salvar, no obstante, al menos dos obstáculos. El primero, la proliferación de productos de dudosa proveniencia que el mercado nos ofrece envasados en sedas "orientales". El segundo, la idea demasiado extendida de que el llamado "pensamiento indio" es algo unitario y reduce todas sus variables a lo que quisiéramos que fuese ese antídoto contra los males que aquejan a nuestra sociedad, desde los dolores lumbares a los problemas medioambientales. Cierto es que pueden trazarse líneas generales, pero son realmente muy generales: el hecho, por ejemplo, de que ninguno de los sistemas especulativos están desligados del pensamiento religioso. Por lo demás, suponer una fórmula unitaria equivaldría a poner en el mismo saco las especulaciones de los cínicos con las de Tomás de Aquino y éstas con las de Hegel.
Sería bueno, por tanto, hacerse primero una idea de las corrientes especulativas ortodoxas y heterodoxas de la India, atendiendo al desarrollo histórico de las mismas y sus imbricaciones con el bagaje mítico, del que dan cuenta las epopeyas y los puranas. Los sistemas ortodoxos son elaboraciones que derivan de uno de los cuatro Vedas, el Rig, una colección de himnos destinados a ser entonados en los rituales. Las Upanishads, derivadas de ellos, son los primeros textos en elaborar metafísicamente la cosmología de los inicios. Forman un extenso cuerpo doctrinal que abarca muchos siglos de redacción. A partir de ellos se formó el vedanta, de los seis sistemas ortodoxos, el más conocido en Occidente. Su mayor exponente ha sido Sankara, en el siglo VII. La unidad del principio cósmico, el brahman (origen, respiración cósmica) con el principio esencial de cada individuo, atman es el núcleo de este sistema; la naturaleza separada de los individuos es una ilusión (maya) de la que conviene deshacerse. Los yogas son disciplinas tendentes a procurar la eliminación de esta visión errónea. Pero el vedanta no es el único sistema de pensamiento de la India. Aparte del vedanta y del yoga existen otros cuatro sistemas ortodoxos: el mimansa, el purva-mimansa, el nyaya, que es a la vez una teoría del lenguaje y una lógica, y el samkhya, probablemente el más antiguo y cuya cosmología dualista está en el origen de la metafísica shivaísta. El shivaísmo, indudablemente más extendido en su forma religiosa que el brahmanismo (Brahmâ es la personificación del brahman), tiene, en Abhinavagupta, su mejor intérprete, un autor versátil que supo poner sus dotes al servicio tanto de la metafísica como de la teoría del arte.
Luego están las llamadas hete-
rodoxias: el jainismo, el budismo y el materialismo. No puede no advertirse cierto paralelismo entre los orígenes del budismo y los del cristianismo. Ambos quisieron renovar la tradición a la que pertenecían introduciendo en ella elementos más ecuménicos, en clara discordancia con las rígidas instituciones sociales a las que pertenecían. Por otra parte, ni uno ni otro hubiesen tenido la repercusión que tuvieron de no haber sido apoyados por un emperador. Una vez convertidas en religiones, las doctrinas forman canon, y el canon, los sistemas de pensamiento. El budismo no es ninguna excepción. Del hinayana al mahayana, y de la India a Ceilán, a China y a Japón, recorrió un largo camino, y poco convencional, ciertamente.
Leamos, pues, la India desde sus inicios, en sus propias fuentes, con la ayuda de sus mejores traductores e intérpretes. Procurémonos una edición, lo más completa posible, del Mahabharata y otra del Ramayana. Adquiramos una ligera idea de los mitos con la lectura de, por ejemplo, los textos de Zimmer, Mitos y símbolos de la India. Luego, pasemos a la lectura de alguna Upanishad (la antología de F. Ilárraz y O. Pujol en Trotta, 2003) y algún texto de Sankara (hay uno en Kairós, 1997). Detengámonos en el maravilloso Bhagavad Gita, ese extraño capítulo inserto en el Mahabharata y, a partir de su enseñanza de los dos yogas, vayamos a los Yogasutra de Patanjali. Finalmente, sumerjámonos en las karikas de Nagarjuna (en la traducción de Juan Arnau, Siruela, 2004, a completar con La palabra frente al vacío, del mismo autor, en FCE). Para quienes, además, tengan curiosidad por saber lo que de India tiene nuestra filosofía posilustrada, sugiero el libro de W. Halbfass, India y Europa.
Chantal Maillard es autora de libros como Diarios indios (Pre-Textos), El crimen perfecto: aproximación a la estética india (Tecnos) y Matar a Platón (Tusquets), Premio Nacional de Poesía en 2004.
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