La fauna humana

Marc Recha y Jaime Rosales ya tienen un nuevo colega que les acompañe en la huida de los modos tradicionales de la narrativa cinematográfica española.

Es Javier Rebollo, al que se le esperaba desde hace tiempo en el largo tras triunfar con sus cortos (desde la obra maestra del microcine El preciso orden de las cosas hasta el excelente En camas separadas) y que debuta con Lo que sé de Lola, inquietante, ascética, interesantísima y difícil película exhibida en San Sebastián en su sección oficial a concurso.

Como en algunos de los filmes de Michael Haneke (El vídeo de Benny, Caché), y con un estilo de realización semejante, Rebollo da rienda suelta a su voyeurismo con la minimalista historia del enfermizo seguimiento a su triste vecina de un hombre que no es mudo pero que apenas habla. Por medio de planos fijos, encuadres ultraortodoxos y con un control escrupuloso del punto de vista, el autor nos habla, como en un documental de animales (a través de una voz aséptica que incluso a veces se adelanta a la acción del protagonista), de algo así como la fauna humana, esa que pasea su triste figura por el metro o el rancio bar de la esquina, y que se calienta con baratas estufas eléctricas mientras come en una gélida cocina de sucios alicatados.