Anillos
El martes pasado el segundo canal de Euskal Telebista emitió, dentro del programa La noche de..., la película Hotel Rwanda donde se cuenta la historia real de Paul Rusesabagina, el gerente hutu del Les Mille Collines de Kigali que, durante el genocidio ruandés de 1994, consiguió salvar la vida de un millar de personas, tsutis y hutus, que se habían refugiado en su hotel. Como es desagradablemente habitual, incluso en las cadenas públicas, la publicidad iba interrumpiendo aquí y allá la película. De entre todos los anuncios emitidos destacaré, por su naturaleza institucional, dos. El primero, pagado por el Gobierno vasco, nos muestra -como en el tráiler de una película o serie de acción- un despliegue de urgencia: Ertzaintza, personal sanitario o bomberos corriendo; patrullas y ambulancias pitando; helicópteros despegando e incluso una toma aérea final. Todo, semejante derroche de medios, simplemente para recordarnos que el teléfono de todas las emergencias es el 112. El segundo anuncio, pagado por la Diputación foral de Guipúzcoa, representa primero a un burro y luego a unos besugos. Todo, semejante fábula, para invitarnos a dialogar: "No es cuestión de fuerza; el diálogo no es de besugos. Tú que puedes, dialoga". El anuncio no da más señales de vida, quiero decir que no enfoca, sitúa o precisa mayormente el tema para la conversación.
En una escena de Hotel Rwanda, en lo esencial idéntica (como pertinentemente se nos recordó en ese mismo programa) a otra de La lista de Schindler, Paul Rusesabagina,que ya les ha dado a los soldados hutus todo lo que tenía, se quita un anillo para "comprar", es decir, rescatar de la masacre, a más refugiados. Porque ése es el cálculo de Rusesabagina como lo fue el de Oskar Schindler: esto me sirve para salvar otra vida. Hay momentos históricos en que la relación entre la supervivencia humana y el dinero, de tantas maneras pensable, se vuelve palpable; se encarna en toda su crudeza matemática. Se expresa sin el menor tapujo, sin dejar el más pequeño espacio para el engaño o el desentendimiento: seguir vivo cuesta tanto; o mejor dicho, que estas personas sigan vivas cuesta tanto.
Resulta que nuestras instituciones de acogida de menores extranjeros no pueden con su alma. Que sus recursos están al límite y la capacidad de sus instalaciones, desbordada. Que no cuentan, por lo tanto, con medios para hacer frente a la eventual llegada de jóvenes provenientes de los cayucos de Canarias. Ese "desbordamiento" lo producen los 357 menores extranjeros no acompañados que actualmente viven entre nosotros, repartidos en su mayoría en cinco centros. Esos centenares de jóvenes no me parecen tantos, la verdad. No me parece una cifra humana desbordante para un país tan rico, con tanta marcha, con datos económicos tan positivos ("es difícil no caer en la autocomplacencia", decía hace poco ante las cámaras un dirigente empresarial) como el que casi a diario nos presentan nuestros poderes. No parece gran cosa para un país con una expresividad institucional tan solidaria, que cuenta con tantos departamentos, secciones, oficinas de "Derechos humanos" y afines (seguro que bastantes más que cualquier otra comunidad, región o país de nuestro entorno).
Pero suponiendo, que ya es suponer, que hubiera apretura de fondos, se ve fácil de donde puede venir el alivio presupuestario. Oskar Schindler sabía que su anillo podía salvar vidas; Paul Rusesabagina se quitó el anillo para salvar vidas. Bastaría, para lo mismo, que a las instituciones vascas se les cayeran de una vez los anillos propagandísticos, que se quitaran de tanta campaña y de tanto anuncio caro y superfluo. A estas alturas ya tenemos claro que el teléfono de emergencias es el 112, no necesitamos montajes de Hollywood; y en cualquier caso hay recordatorios mucho más económicos. En cuanto a la besugada del diálogo, creo que no merece más comentario, que se adjetiva literalmente y por sí misma. Con el dinero así ahorrado se puede ensanchar la acogida de menores, en este momento en que la urgencia y la actualidad revelan su cara más contable. Se pueden destinar más recursos a quienes no tienen otro recurso que llamar a nuestra puerta.
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