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El Papa y el islam

El Vaticano trata de limitar los daños

Benedicto XVI lanza una ofensiva diplomática para calmar a los países musulmanes

Enric González

El Vaticano inició ayer una ofensiva diplomática para calmar los ánimos en los países musulmanes. Los nuncios y vicarios destinados en esos países recibieron la orden de contactar con autoridades políticas y religiosas y dar garantías de la buena voluntad de Benedicto XVI, insistiendo en que las palabras que citó en Alemania sobre islam y violencia fueron malinterpretadas. También se convocó para hoy un encuentro en Roma con representantes cristianos, musulmanes y judíos. En Madrid fue el portavoz de la Conferencia Episcopal, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, quien ofreció las explicaciones y matizaciones más amplias, arropado por el nuncio (embajador) vaticano en España, el arzobispo portugués Manuel Monteiro de Castro.

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La cúpula de la jerarquía católica siguió esforzándose en rebajar tensiones y en desarrollar misiones explicativas. El cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, anunció que hoy se reuniría en Roma con el imán de la mezquita local, Sami Salem, y el rabino jefe Riccardo di Segni, para escenificar la voluntad de entendimiento entre las religiones monoteístas. Dos noticias aliviaron la situación del Papa frente a las protestas islámicas. Por un lado, las autoridades turcas confirmaron la invitación para que Benedicto XVI visitara el país a finales de noviembre. Por otro, la Comisión Europea defendió la libertad de expresión del Papa y condenó las "reacciones exageradas" basadas en "extrapolaciones deliberadas".

La crisis con el islamismo llega en un mal momento para el Vaticano, desde un punto de vista administrativo. El nuevo secretario para las Relaciones con los Estados (ministro de Asuntos Exteriores), Dominique Mamberti, nombrado la semana pasada, sigue en Sudán, donde ejerce como nuncio, y no tiene previsto llegar a Roma hasta octubre. Deberá dirigir a distancia la movilización de los nuncios. La maquinaria diplomática del catolicismo se encuentra, por otra parte, en plena transición, y aún quejosa por el escaso interés demostrado por Benedicto XVI hacia la clase política vaticana.

Dentro de la consternación general, los diplomáticos del Vaticano se sentían hasta cierto punto reivindicados. El Papa dio una señal muy clara cuando evitó colocar a uno de ellos al frente de la Secretaría de Estado (jefatura del Gobierno), rompiendo una larga tradición, y prefirió para el cargo al cardenal Tarsicio Bertone, antiguo colaborador de Joseph Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe. Otra señal muy clara fue la abolición de la figura del portavoz papal, desarrollada durante el pontificado de Juan Pablo II por el seglar español Joaquín Navarro-Valls. El sacerdote jesuita Federico Lombardi, sucesor de Navarro-Valls, se limita a dirigir la Oficina de Prensa, sin responsabilidades de portavocía.

Benedicto XVI quiso que su pontificado incidiera en la pureza doctrinal: quería fomentar el diálogo interreligioso, pero desde posiciones bien definidas. Ya en sus años de cardenal, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, criticó los encuentros interreligiosos de Asís patrocinados por Juan Pablo II, considerándolos un paso hacia el relativismo y hacia una concepción igualitaria de todos los credos. Una vez Papa, apartó a monseñor Joseph Fitzgerald, islamista eminente, del Consejo Pontificio para el Diálogo Religioso. Fitzgerald está hoy en la Nunciatura de El Cairo.

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El resultado de ese proceso de reestructuración ha sido la desaparición de filtros y de asesores con sentido de la oportunidad política. Parece evidente que Benedicto XVI no tenía la menor intención de ofender a los musulmanes durante su lección magistral en la Universidad de Ratisbona, encaminada a subrayar la necesidad de conjugar fe y razón. Pero parece evidente también que la cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, con sus secas palabras de desprecio a Mahoma, podía haberse omitido del discurso. El propio Papa, a tenor de las explicaciones ofrecidas el sábado y el domingo, es consciente de ello.

Un resultado de esta crisis resulta ya evidente: el prestigio acumulado por Juan Pablo II en el mundo islámico, construido a base de gestos diplomáticos grandes (como la oposición rotunda a la guerra en Irak) y pequeños (los emisarios papales mantenían contactos permanentes con las autoridades religiosas musulmanas de todo el mundo), ha sido dilapidado en un año. El Vaticano no ha sido capaz de hacerse oír durante la guerra de Líbano. Y ahora el Papa es visto como enemigo por millones de musulmanes azuzados desde las mezquitas y la prensa.

Aclaraciones en Madrid

¿Cómo remediar el daño causado por el discurso de Ratisbona? La estrategia que ayer adoptó en Madrid el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Martínez Camino, arropado por el nuncio Monteiro, es la de insistir en la importancia del discurso del Papa, sin rectificarlo un ápice. Al contrario, hay que leerlo completo porque es un discurso fundamental, por mucho que haya escocido a los musulmanes. El portavoz sospecha que quienes protestan no lo han leído, o no lo han entendido bien. Más moderado, el nuncio Monteiro reiteró que el pontífice está "apenado" por las consecuencias de lo dicho en Ratisbona, aunque negó que haya que pedir perdón por lo expresado allí, informa Juan G. Bedoya.

Un policía vigila el Vaticano, donde ayer se incrementó la seguridad.
Un policía vigila el Vaticano, donde ayer se incrementó la seguridad.EFE

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