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Columna
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La evidencia de la verdad

Las primeras páginas de los periódicos se están llenando de declaraciones de delincuentes. Y ya se sabe que no existe en el mundo delincuente alguno que no crea en su inocencia. Hay gente que sale de la cárcel como si hubiera ganado el concurso de Gran Hermano, exultante y rodeada de cámaras de televisión. Una parte importante del actual negocio periodístico ha perdido la conciencia y la ética. Y en ese lugar que ha quedado vacío se ha colocado un medidor de audiencia, en conexión directa con la caja registradora. Se está institucionalizando la mentira, que tendrá las patas muy cortas pero tiene los brazos muy largos.

Las declaraciones auto-exculpatorias de algunos implicados del caso Malaya flotan en el limbo de la verdad como pompas de jabón. Para algunos se han reventado en cuanto se levantó parcialmente el sumario. Por la boca muere el pez. O mejor, moría. Ahora, en plena era digital, por el teléfono móvil se va a la cárcel. Las conversaciones intervenidas por la policía para iniciar la investigación sobre la trama de corrupción de Marbella, no sólo demuestra que robaban a mansalva, sino que certifican además que esta gente del nuevo hampa es muy mal hablada. Esta banda de extorsionadores no confiaba ni en la madre que los parió. Y a la hora de trincar, nadie era amigo de nadie. En la mafia la gente no se llama por su nombre, sino por un alias. En la mafia política hemos descubierto que también hay innombrables, pero no se ocultan entre apodos. Entre ellos se tildaban de "hijos de puta", "cabrones" y "gilipollas" a la hora de soltar comisiones, repartir ganancias e incumplir compromisos adquiridos. "Es acojonante macho, la alcaldesa, el secretario y yo que sé quién más. No sé en quién cagarme en sus muertos", decía por ejemplo el empresario que pagó por hacerse por el servicio de la grúa.

En otra conversación con el mismo personaje, no hay lugar para interpretaciones: "Coge lo que te den, que esto se acaba", le dice el concejal Victoriano Rodríguez al mismo empresario. "Yo papel que hago, papel que cobro", reconocía Isabel García Marcos en una charla con su concejal José Jaén. La desvergüenza y la miseria humana se pueden alcanzar en los detalles más nimios. Marisol Yagüe, la alcaldesa de Marbella por entonces, utilizaba de forma privada, tanto ella como su entorno familiar, un vehículo de lujo cuyo dueño era el empresario al que se adjudicó el servicio de la grúa, y cuya sociedad se convirtió en la quinta proveedora del consistorio. El hijo de la alcaldesa conducía este coche sin tener carné de conducir.

Con todo, no está en cuestión la salida en libertad bajo fianza de estos personajes (aunque en el caso de algunos de ellos resulta más que apetecible discutirla). La prisión preventiva es una medida de carácter excepcional en el proceso penal y nunca puede ser una pena anticipada. Pero de ahí a que se manifiesten quejas por unas fianzas de 60.000 euros, como ha hecho el abogado de Isabel García Marcos y Victoriano Rodríguez, hay un trecho. Los acusados han ostentado cargos públicos durante el mayor caso de corrupción de la democracia española, y sobre ellos recaen sospechas de los más aborrecibles delitos que puede cometer un político electo.

Por tanto, tan criticable es prolongar el tiempo en prisión de personas que aún no han sido juzgadas, como la perversa dilación de los procesos mediante estrategias que están utilizando, en este caso, las defensas, para apartar al juez Torres de la causa. Luego empezará el habitual rosario de impugnaciones para lograr la nulidad de las pruebas o enrocarse en los denominados defectos de forma para invalidar parte del proceso. Resulta desalentador observar que en el derecho moderno los abogados ya no se preocupan tanto de demostrar la inocencia de sus defendidos, como de buscar la triquiñuela para desarmar la investigación. El levantamiento parcial del secreto de sumario ha puesto muchas cosas en su sitio. Pero ¿será suficiente para que todo esto no quede en nada? Habrá que estar atentos. La mentira sostenida en errores formales no puede tener más predicamento que la evidencia de la verdad.

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