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Columna
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Por primera vez, protagonistas

Me sentí inmerso en un acto ritual de religiosidad laica y entusiasta. No sé si estaba sudando socialismo, según proclamó Joan Colomines, pero sí estaba asistiendo por primera vez en mi vida a un mitin político rojísimo y catalanísimo como participante y no como envidioso y admirado espectador de los revolucionarios portugueses de hacía un año. Los oradores gritaban con pasión y eran interrumpidos por un coro compacto y febril, más que agresivo, con firmeza. Las ideas eran muy sencillas y rotundas. Predominaba el sentimiento, la evocación del pasado democrático que la guerra y el régimen franquista destruyó con miles de víctimas. Se enlazaba con la Historia frustrada y se la resucitaba con energía, orgullo y esperanza. Todo resultaba tan genuinamente catalán...: el romanticismo, la utopía fraternal y libertaria, la estética del espectáculo, que tanto incomodaba a Unamuno, pero que no parecía ahogarnos voluptuosamente, sino añadir belleza a la verdad y a la bondad de aquellos sinceros mensajes de lucha pacífica por un futuro, sin duda algo arcádico, de una sociedad sin clases, democrática, de libertades personales y nacionales, de solidaridad española y universal con los pueblos oprimidos por la explotación del capitalismo imperialista. En la docena de discursos se resumió cuanto la plural tradición de la izquierda catalana había concebido en un siglo y los grupos renovadores de los años sesenta habíamos hecho nuestro para crear un gran frente trabajador que liberara al país de injusticias, desigualdades, opresiones y sufrimientos. Mi emoción era tan grande como mi melancolía. ¿Cómo hacer todo eso posible? Me confirmé en mi vieja idea de que lo que hay que decir se ha de decir siempre y que lo que hay que hacer hay que intentarlo continuamente sin pensar en su éxito, sino en el deber de exigirlo una y otra vez. Como hoy, 30 años después.

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