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Crítica:XIV BIENAL DE FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un himno que se baila

Mario Maya concibió el proyecto de llevar al baile la idea anterior de pasear el Himno de Andalucía por los estilos cantaores flamencos de las tierras andaluzas. Esa idea original ha encontrado en la danza algo más que un complemento: la expansión y el enriquecimiento de una obra que discurre de manera fluida, con tanta variedad como la tierra que la alimenta.

Andalucía entera cabe en un baile o en muchos. Y en sus cantes, los que van desde los aires festeros de las montañas a la intensidad que nace en la profundidad de una mina. Con todos esos elementos y el juego de contrastes que conllevan, la labor del maestro Maya es grande en su sencillez. Ordena las partes, las une con unas transiciones inteligentes que ponen en suerte a los solistas y, lo más importante, deja espacio y libertad para las aportaciones personales que se suceden hasta construir un mosaico tan rico como colorista. El peligro, ya se sabe, estaba en la constante presencia del himno y sus estrofas, pero éstas, trasportadas a los diferentes temas musicales, pasan a un segundo lugar, pues las músicas se superponen y se convierten en vehículos de un baile multiforme.

Andalucía, el flamenco y la humanidad

Dirección: Mario Maya. Baile: Belén Maya, Rafaela Carrasco, Rocío Molina y Joaquín Grilo. Cante: Carmen Linares, Fernando de la Morena, Capullo de Jerez, El Pele, Segundo Falcón. Guitarra: Alfredo Lagos, Miguel Ochando, Juan Carlos Romero. Sevilla. Teatro Lope de Vega, 13 de septiembre.

Sobre ese sólido entramado van entrando en juego las aportaciones de los artistas invitados. Cada cuadro fue un pequeño mundo, un ejercicio de profunda comunión entre las disciplinas que integran este arte. Las bailaoras lo mismo transmiten el aire tradicional de cada tema que terminan por redondear auténticas creaciones propias, más allá de la simple reproducción del canon. Así lo hizo Belén Maya, llenando de expresión el baile de la cartagenera para después dejar el regusto del baile gitano en los tangos. O Rocío Molina, que llenó de estampas antiguas plenas de plasticidad la taranta que le cantó Carmen Linares. Y Rafaela Carrasco que fue sobriedad y contención. Purita Sevilla en la soleá e intimismo en los fandangos de Lucena junto a El Pele.

En esa sucesión de cuadros, apariciones que surgían con la fuerza de un asalto. Así entró Jerez, como un carromato de fiesta por bulerías que adornó Joaquín Grilo con sublime patá. Y al siguiente, la panda de verdiales, que elevaría el tono vital de la obra y de todos los presentes. La misma tierra que por su oeste tiene al fandango como un tesoro que canta, con la virgen belleza de las voces blancas, la Escolanía de niños de Almonte.

Todo pareció posible en esta síntesis que nos llevaba de un punto a otro de la geografía. Los cantes ponían el acento, las guitarras la armonía unificadora. En los primeros, el ascendente de cada intérprete garantizaba la autenticidad. Con las guitarras, un mundo de sutiles creaciones para temas tradicionales. El estudio del himno para siete guitarras del final es otra muestra.

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