El mundo de Miss Nancy
Así es como por lo visto el padre de Tennessee Williams (1911-1983), por entonces Thomas Lanier Williams, le llamaba burlándose de él cuando era joven: Miss Nancy. Pero Xavier Albertí, director de Tennessee, no nos habla de los años mozos del dramaturgo norteamericano, ni de los años en los que llegó a consagrarse como autor teatral, rompiendo a través de sus tramas y de sus atormentados personajes con los tabús que reinaban en el teatro americano de la época. Albertí, luciendo un bigotito con el que logra un cierto parecido con él, le reencarna en escena para hablarnos de sus "años de aturdimiento" y de sus últimas obras, desconocidas para el gran público.
Tennessee tiene algo de cabaret, un género que Albertí borda, y mucho de admiración y respeto por la figura en la que se centra. A partir de las memorias publicadas por Tennessee Williams en 1975 y de extractos de sus últimas piezas, Albertí teje un embriagador mosaico de escenas y recrea el mundo de uno de los dramaturgos más influyentes del siglo XX, mucho después de ese zoo de miniaturas de cristal que le permitió sentirse libre a través de la literatura. Este sugerente muestrario que nos ofrece Albertí sirve para demostrar que Tennessee Williams arrastró toda su vida las mismas obsesiones y la misma frustración ante un mundo que puede ser atenuado, pero nunca superado. Los personajes de sus obras postreras siguen sintiéndose víctimas o marginados. Así, la protagonista de En un bar de un hotel de Tokio (1969), una de las obras de las que se nos muestra un fragmento, arrastra algo de la princesa Kosmonopolis en Dulce pájaro de juventud y su intérprete, Mont Plans, resume a la perfección el aire extraviado de Geraldine Page y el porte de Ava Gardner.
Tennessee
Dirección: Xavier Albertí. Intérpretes: Xavier Albertí, Roser Camí, Nora Navas, Ricard Borràs, Jordi Collet, Mont Plans. Escenografía: Lluc Castells. Vestuario: Marian Coromina. Iluminación: Albert Faura. Teatro Romea. Barcelona, 6 de septiembre.
Continuidad narrativa
Las escenas de Un análisis perfecto hecho por un loro (1970) y de Advertencia para embarcaciones pequeñas (1973) surgen sin esfuerzo, casi con continuidad narrativa del mismo espacio escénico que recrea el bar del hotel de Tokio, un atractivo espacio en el que Albertí-Williams se reserva el rincón del piano, acompañando con sus teclas la acción y proponiendo a ratos lo que podría ser el arranque de un musical. Nora Navas y Roser Camí plasman con encanto y convicción la desesperación alegre de sus personajes y en la siguiente escena, correspondiente a No puedo imaginarme el mañana (1970), en la que el decorado empieza a acercarse a la habitación del hotel en el que Williams fue hallado muerto, Camíse insinúa, apoyada por Ricad Borràs, como una actriz dramática de gran envergadura. Sigue una escena de La Gnädiges Fräulein (1966), y otra de El cuaderno de Trigorin (1980), escenas sueltas que se superponen unas a otras compensando así las ganas frustradas de llegar, desde la butaca, a completar cada pieza. Un muestrario brillante.
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