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Reportaje:CINCO AÑOS DEL 11-S

El volcán de la violencia desangra Irak

Una galopante espiral de asesinatos y atentados pulveriza las pocas esperanzas de los iraquíes

Ángeles Espinosa

Diseñar una nueva bandera parece una nimiedad cuando la violencia deja 3.000 víctimas al mes. Sin embargo, la última tormenta política en Irak gira en torno a la enseña nacional. Tres años después del derrocamiento de Sadam, ese símbolo que debería ser de unidad representa hoy las fracturas que la ocupación del país ha exacerbado. El propio Pentágono acaba de reconocer el riesgo de que estalle un conflicto civil. El empeño de Estados Unidos en hacer de Irak el centro de su guerra contra el terrorismo ha terminado convirtiéndose en una trampa para ambos países y constituido un costoso desvío en esa lucha.

Las discrepancias respecto a la bandera reflejan los enormes desacuerdos no sólo políticos, sino vitales, de las comunidades. Mientras que para los kurdos se trata de un símbolo de la opresión bajo Sadam, los árabes suníes la defienden. Los árabes chiíes se han mantenido de momento al margen, pero el primer ministro, Nuri al Maliki (chií), ya ha dicho que el diseño de una nueva enseña -y su aprobación por el Parlamento- constituye una prioridad.

"Se dan las condiciones que pueden llevar a una guerra civil", admite por primera vez un informe del Pentágono
El derramamiento de sangre entre chiíes y suníes ha llevado la violencia a su nivel más alto desde la ocupación en abril de 2003

'Alá Akbar'

Así, los diputados pueden verse pronto proponiendo colores y símbolos con los que sustituir las tres bandas horizontales roja, blanca y negra con tres estrellas y la inscripción Alá Akbar (Dios es el más grande) con la caligrafía de Sadam. El debate se produce justo cuando el Legislativo acaba de reanudar sus sesiones para discutir el proyecto federal que apuntaba la Constitución y que también enfrenta a las comunidades. Pero por muy grandes que sean esas diferencias, la cuestión de la bandera no pasaría de ser anecdótica si detrás no existieran los crecientes ataques intercomunitarios.

El derramamiento de sangre entre chiíes y suníes ha llevado la violencia a su nivel más alto desde la ocupación del país en abril de 2003. Las ejecuciones extrajudiciales, los secuestros y otro tipo de ataques contra civiles de la otra comunidad han aumentado entre mediados de mayo y mediados de agosto, según el último informe trimestral del Pentágono. En ese periodo, el número de víctimas se ha incrementado en un 51%. Más de 3.000 iraquíes han muerto o sido heridos cada mes, y en julio, 2.000 eran el resultado de incidentes sectarios.

"La continua violencia etnosectaria es la principal amenaza a la seguridad y la estabilidad en Irak", afirma el texto. "Se dan las condiciones que pueden llevar a una guerra civil", admite por primera vez el Pentágono. Sus redactores aseguran, no obstante, que todavía se está a tiempo de evitarla.

De momento, las cifras no dejan mucho espacio para la esperanza. El número de ataques semanales se ha duplicado hasta rondar los 800, el nivel más elevado desde que los militares empezaron a recoger estadísticas en abril de 2004 y, según los expertos, desde la invasión, un año antes. Y en un detalle que pone los pelos de punta, el director del depósito de cadáveres de Bagdad declara que el 90% de los cerca de 3.500 cuerpos que recibió entre junio y julio tenían signos de haber sido ejecutados de forma sumaria.

A la vista del deterioro, el Ejército estadounidense lanzó en agosto una gigantesca operación de seguridad en Bagdad con la colaboración de las fuerzas iraquíes. Aunque se han logrado reducir las víctimas en la capital, los insurgentes han intensificado sus acciones en las vecinas provincias de Diyala, Babilonia y Tamim. La intimidación, el crimen y el fanatismo siguen acechando a los iraquíes.

De acuerdo con el mismo informe, esa violencia no puede atribuirse a una insurgencia organizada y unificada, sino que es "el resultado de una compleja interacción entre terroristas internacionales, insurgentes locales, escuadrones de la muerte sectarios, milicias organizadas y bandas criminales". Este análisis desmiente la versión a la que hasta ahora se aferraba el Gobierno estadounidense de que los ataques eran obra de un pequeño número de baazistas irredentos y yihadistas extranjeros.

Negar que la insurgencia tiene una fuerte base local y está básicamente motivada por el rechazo a la ocupación sólo ha servido para retrasar las posibles soluciones. Mientras tanto, las condiciones de vida de los iraquíes han sufrido retrocesos enormes en seguridad y servicios básicos.

El malestar de la población empieza a traducirse en desesperanza. Después de tres años de manifestar en todas las encuestas que confiaban en un futuro mejor, muchos iraquíes empiezan a expresar dudas. Todavía el pasado abril, un sondeo realizado por el International Republican Institute mostraba que casi el 80% de los iraquíes consideraban que su situación general mejoraría en el plazo de un año. Dos meses después, menos de la mitad mostraban optimismo sobre su futuro.

"La continua lucha por la libertad en Irak ha sido manipulada por la propaganda terrorista como un grito de protesta", admite el informe, que olvida que fue precisamente la propaganda de EE UU la que primero asoció la intervención con su campaña contra el terrorismo.

Error estratégico

Pero las graves consecuencias de ese error estratégico no se circunscriben a Irak. Al vincular este país con la guerra contra el terrorismo lanzada tras el 11-S y equiparar el éxito allí con el triunfo sobre la ideología que impulsó aquellos atentados, el presidente Bush y sus asesores se han metido en una trampa. Si, inicialmente, ligar todas las amenazas como si se tratara de un mismo complot llenaba de contenido su "guerra global contra el terror", ahora los convierte en rehenes de su fracaso. La opinión pública empieza a asociar la mala gestión en Irak con el mediocre resultado antiterrorista.

El último informe del Pentágono parece un paso en la buena dirección (reconocer la gravedad de la situación). También, la llegada como embajador de EE UU de Zalmay Khalilzad, quien ha buscado incluir a todos a través del diálogo. Sin embargo, existen otros signos preocupantes. Según algunos observadores, las estrategias que propone el texto parecen más orientadas a la nueva camada de pequeños grupos terroristas surgidos por todo el mundo que al desbloqueo de la situación en Irak.

Algunos responsables militares han empezado a hablar del próximo repliegue a media docena de superbases, desde donde el apoyo de los soldados norteamericanos a las débiles y poco disciplinadas fuerzas de seguridad iraquíes resultará sin duda mucho más complicado. (La retirada del contingente británico del sur del país ya ha sido anunciada por el presidente iraquí para 2007).

Fuera de Irak, las voces que piden un repliegue escalonado y cuidadoso alcanzan incluso a quienes se opusieron a la invasión en primer lugar. Dos errores no suman un acierto, recuerdan, temerosos de la fragilidad del país y de las tensiones regionales que ha revelado su desestabilización. Los vecinos suníes (Arabia Saudí, Jordania, Turquía) observan recelosos la influyente sombra que el chií Irán proyecta desde el este.

Con dicho panorama, las posibilidades de que el Parlamento iraquí apruebe una nueva bandera que obtenga el respeto de todos los iraquíes son escasas.

Bomberos intentan apagar las consecuencias de la explosión de un coche bomba en un mercado de Bagdad.
Bomberos intentan apagar las consecuencias de la explosión de un coche bomba en un mercado de Bagdad.REUTERS

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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